¿Qué hace llamándome?
¿Qué pretende? Aún sale su nombre en la pantalla, ¿quieres desaparecer de una
vez de mi vida? Dudo entre colgar o simplemente dejar que suene hasta que la
llamada se corte. Resulta ser una dura decisión, ya que obviamente colgar sería
un error si lo que trato de ser es sutil, pero por otro lado, no aguanto ni un
segundo más viendo su nombre en la pantalla, ni la vibración en mi mano. Aparto
la mirada mientras sigo caminando y dos segundos después, se corta la llamada.
Por fin respiro con tranquilidad, pero no pasan ni diez segundos cuando vuelve
a sonar el móvil. Esta vez decido no sacarlo del bolsillo, a sabiendas de que
es Jared quien llama. Camino con paso aligerado, creo que debería apagar el
móvil, pero no quiero por si acaso ocurre algo y alguien quiere contactar
conmigo. ¿Pero qué hago ahora? ¿Existe alguna manera de bloquear sus llamadas?
Al fin deja de vibrar el móvil, y rezo por que no vuelva a hacerlo. Y es
entonces cuando entre todo el barullo de gente, creo escuchar mi nombre. Al
principio pienso que son alucinaciones mías y que estoy paranoica, pero cuando
vuelvo a escucharlo, esta vez más de cerca, un nudo en el estómago me provoca una
fuerte angustia.
¿Qué hace? ¿Es él? Pues claro que sí, ¿quién va a ser si
no? Pero es demasiada casualidad, en un lugar tan grande como este. Que ilusa
fui creyendo que podría perderme, el mundo es un pañuelo.
Intento no girar la cabeza ni prestar atención a sus
gritos. Pretendo hacer de oídos sordos, pero no puedo. Incluso entre tanta
gente parloteando e incluso gritando, escucho su voz. Lo que desearía que
fueran imaginaciones mías…
—¡Lea, Lea! —escucho todavía más de cerca.
Me pongo tensa, siento la necesidad de darme la vuelta y
pedirle que no me siga, que le estoy ignorando, pero sería una total metedura
de pata. El corazón me late a mil, y no puedo echar a correr ahora que es
demasiado tarde. Intento andar con mayor velocidad, con prisa y sin pausa, como
si tuviera que ir a alguna parte. ¿Qué hago? Tengo una idea, a la vuelta de la
esquina hay una cafetería, me meteré allí, me encerraré en el baño y contaré
hasta mil para salir. Puede que la última parte la descarte, pero de momento es
un buen plan.
Cojo aire y comienzo a andar a mayor velocidad,
prácticamente corriendo. Sigue llamándome tanto a gritos como por teléfono, y
eso lo único que me provoca es ansiedad. Un par de metros más y enseguida
estaré en el local. Ojalá esté lo suficientemente alejado como para que no sepa
adónde he ido.
Empujo la puerta con tanta fuerza que no me sorprendería
caer rendida aquí en medio. Jadeante la cierro tras de mí, y me siento en la
primera mesa que pillo. ¿Dónde está el baño? No tengo tiempo. Miro a mi
izquierda, por la ventana, aquí me puede ver. Alzo la vista en busca de algún
camarero que pueda indicarme dónde está el baño, pero parece ser que la suerte
hoy no está de mi parte, porque no veo ni uno. Normal, si prácticamente no hay
nadie. Miro nerviosa la ventana, parezco un maldito espectáculo, quien me vea
pensará que estoy loca. De pronto escucho mi nombre de nuevo, miro a mi
izquierda, donde la ventana, sabiendo que en segundos Jared se asomará por
allí, y probablemente me verá. ¿Qué hago? ¿Qué hago? No hay nada con lo que
cubrirme.
—Chst, ¿te pasa algo? —me dice un chico rubio que se
encuentra sentado dos mesas delante de mí. Cuando le miro en lo primero que me
fijo es que en su mesa hay un menú, por tanto me pongo en pie y corro hasta él,
sentándome a su lado, cogiendo el menú y cubriéndome la cara con este. Atenta,
escucho cómo el chico rubio intenta aguantar la risa.
—Ríete si quieres, pero esto es serio —digo ofendida,
echando una ojeada por la cristalera.
—Disculpa… —dice soltando una carcajada.
Ignoro su superficial educación y me concentro en ver
cómo Jared pasa justo en ese momento por la puerta, parándose en seco y mirando
inoportunamente dentro del recinto, en mi búsqueda. Saca el móvil una vez más,
y cuando veo que está a punto de entrar, me cubro totalmente con el menú,
deseando ser invisible. Que no entre por
favor, que no entre por favor, pienso.
—Si a lo largo de un minuto alguien entra, por favor,
avísame —le digo al chico rubio que permanece en silencio, supongo que atento a
mis órdenes.
Permanezco oculta, tras la potente barrera de un simple
menú plastificado, si me quedo quieta quizá no me vea nunca. Como con los
dinosaurios. Pasan unos segundos y no escucho nada, por tanto decido bajar la
guardia y el menú. Cuando hago ademán alguien se interpone, aplastando el trozo
de plástico contra mí, impidiéndome ver.
—¡¿Qué haces?! —le grito.
—Aún no ha pasado un minuto, espera unos tres segundos y…
—dice con tono alegre, pero a mí no me hace ni pizca de gracia— ¡ya! —exclama
apartando la mano, permitiéndome de esta manera poder dejar a luz mi gesto de
desacuerdo.
—¿Qué? —pregunta con una ancha sonrisa.
Es ahora cuando tengo la oportunidad de saber quién me ha
ayudado —de cierto modo— a esconderme, por tanto, sin contestarle a la
pregunta, me fijo en su rostro. Unos ojos azules como el mar, un pelo rubio con
el flequillo en punta y una preciosa sonrisa decorada por unos adorables
hoyuelos. Es guapísimo, para qué engañarse. Sin darme cuenta nos hemos quedado
completamente en silencio, mirándonos directamente a los ojos sin tapujos.
Suelo rehuir mucho el contacto directo visual, ya que me incomoda muchísimo,
pero mirando los ojos de este extraño, siento calidez, seguridad… es difícil de
explicar, pero al ser consciente de que llevo como un minuto escrutándole con
la mirada, carraspeo y dirijo la vista hacia el salero que hay sobre la mesa.
No me hace falta mirarle para saber que está sonriendo, y eso hace que mi cara
comience a enrojecerse.
—Me llamo Luke, Luke Hemmings —dice rompiendo el hielo.
Gesto que agradezco.
—Yo soy Lea Brown, encantada y gracias por prestarme tu
menú —digo poniéndolo en alto.
—Un placer —dice agachando la cabeza todavía sonriendo.
Sus hoyuelos son tan profundos que siento la necesidad de tocarlos—, no quiero
ser cotilla, pero, ¿podrías explicarme qué acaba de pasar?
Sé que es un extraño, que lo único que conozco de él es
su nombre y apellido, pero algo dentro de mí me suplica contárselo. No tengo ni
idea de qué es ni de por qué siento esa necesidad, pero si pregunta, lo menos
que puedo hacer es responderle.
—Para empezar, yo no soy de aquí, soy de Wisemans Ferry,
pero vengo todos los veranos a Sydney y pues nada. Estaba huyendo de mi ex, Jared,
con el que salí el verano pasado y me puso los cuernos con una amiga con una
patética excusa —pienso un poco, buscando algún detalle más—. Y… sí, creo que
eso es todo. Ahora me acosa, y yo no quiero verle nunca más, como tú
comprenderás…
—Entiendo, entiendo… —dice arrugando el ceño— ¿y qué
excusa te puso?
—“Si de todas
formas te ibas a ir…”
—¿En serio?
—pregunta incrédulo— Qué huevos tiene.
La indignación en su tono de voz consigue conmoverme, sé
que es una reacción típica, pero no sé, aprecio que se preocupe por mí sin tan
siquiera saber quién soy. En ese instante viene una camarera con una pequeña
libreta —sí, ahora aparece, a buena ahora—, y me pregunta si quiero tomar algo.
Miro el menú rápidamente y le pido un capuccino acompañado de una magdalena de
chocolate.
—Siento haberte aburrido con mi preciosa historia de amor
—me disculpo por haber sido tan lanzada en ese aspecto.
—Oh, no te preocupes, si he sido yo el que ha preguntado
—dice quitándole importancia al asunto, mientras le da un sorbo a su taza de
café.
De pronto aparece la camarera de antes esta vez
sustituyendo la libreta por una bandeja con una taza y una magdalena. Me coloca
el plato justo delante y se despide de nosotros diciendo que si queríamos algo
más, que no dudáramos en avisarla.
Antes de darle un hambriento mordisco a la magdalena,
pienso en lo que estoy haciendo. Siempre he sido muy tímida y reservada, y
ahora estoy aquí, en un local al que nunca antes había ido, desayunando con un
chico al que acabo de conocer. Es totalmente surrealista.
—Bueno, ¿y tú qué? ¿No huyes de tu ex? —pregunto curiosa,
intentando descubrir si tiene novia.
—No, la verdad es que no.
—Es muy entretenido, deberías probarlo —le recomiendo. Al
final acabamos los dos riéndonos.
Continuamos hablando durante lo que parecen ser cinco
minutos, que en realidad es más de media hora. Se me pasa el tiempo volando
mientras hablo con él. Le he contado cosas sobre mi familia, que soy hija
única, que estaré viviendo en una casa no muy lejos de aquí y cosas por el
estilo. Le he hablado de Emily, y de Wisemans Ferry. No le he vuelto a
mencionar el tema de Jared, pero lo cierto es que solo hemos hablado de mí, y
nada sobre él. Cosas irrelevantes y superficiales, pero me ha parecido suficiente.
Es agradable que te escuchen.
De pronto mi móvil vuelve a vibrar, ¿en serio sigue
buscándome? ¿No piensa tirar la toalla? Lo cuelgo harta de él, y lo dejo sobre
la mesa. Luke me mira confuso, y no me da tiempo a decirle que es Jared de
nuevo, ya que vuelve a llamar, y cuando Luke ve su nombre en la pantalla,
alcanza el teléfono.
—Déjamelo a mí —me dice enfadado. Descuelga el teléfono y
se lo lleva a la oreja. Intento escuchar a Jared, pero es casi imposible—. ¿Sí?
Lea no está disponible en estos momentos… Y si es posible no la vuelvas a
llamar ni molestar o te las verás conmigo… ¿Que quién soy? Su novio, así que no
me toques las narices o te parto la cara, que pases un buen día.
Miro con la boca abierta a Luke, anonadada ante lo que
acaba de ocurrir. ¿Le ha dicho todo eso por mí? Espera un momento, ¿se ha hecho
pasar por mi novio? De pronto me entra la risa nerviosa. Verle tan cabreado ha
conseguido hasta asustarme, parecía muy agresivo, dispuesto a cumplir con lo de
darle una paliza. No sé cómo tomármelo, para ser sincera.
—Creo que no te va a molestar más —dice devolviéndome el
móvil con una sonrisa—. ¿Pido la cuenta y nos vamos a dar una vuelta?