—¿Qué parte de “No quiero volver a Sydney nunca más”
no has entendido? —pregunto con los nervios en flor de piel a la mujer que se
encuentra de brazos cruzados justo enfrente de mí, roja de la rabia—. Que no es
tan complicado.
No suelo ser tan
impertinente con mi madre ni con nadie, es más, suelo callarme mi opinión para
evitar involucrarme en cualquier lío, pero hoy, algo dentro de mí, se ha
desatado sin tan siquiera pedir permiso.
—¿Pero qué mosca te ha
picado? Si todos los años nos suplicabas a tu padre y a mí ir cuanto antes.
Allí están tus abuelos, tíos, primos, amigos a los que no puedes ver nunca… —dice
desesperadamente, intentando quitarse cuanto antes de encima esta discusión.
—Para algo está Internet
—le contesto con una sonrisa maliciosa.
Mi madre se desploma en
uno de los dos cómodos sillones rojos que se sitúan a cada lado del ancho sofá
marrón con un suspiro, rindiéndose. Cuando mi madre hace ese gesto,
generalmente acompañado de un movimiento de cejas bastante peculiar, significa
que no puedo seguir por el mismo camino, por tanto retrocedo mentalmente hasta
llegar al principio de la conversación y me siento en el borde del sofá lo más
cerca posible de ella.
—Lo siento, pero es que…
no quiero ir y punto, este verano no me hace ilusión, solamente te pido que me
dejes quedarme en casa mientras vosotros estéis allí. Ya soy mayor, tengo
diecisiete años, sé prepararme la comida, soy autosuficiente —mi discurso
parece comenzar a surtir efecto, pero nunca es demasiado, por tanto, prosigo—.
La abuela Abby puede pasarse siempre que quiera para echarme un vistazo, seré
obediente, te lo prometo. Además, no me gusta pasar todo el verano lejos de mis
amigas.
Mi madre me mira dudosa,
planteándose la posibilidad, y es más que suficiente, solamente necesito que
sea consciente de que soy lo bastante madura como para hacerme cargo de mí
misma. Entreabre los labios pero de pronto los vuelve a cerrar. Repite este
gesto un par de veces más, mira a su alrededor y por fin, me mira decidida a
hablar.
—Lea, se acabó, te
vienes a Sydney y aquí acaba la conversación. Lo siento, cariño pero no puedo
dejarte aquí sola casi tres meses, no podría dormir por las noches —concluye
poniéndose en pie, machacando mi delicado corazón a cada paso que da en
dirección a la cocina, acabando con mis esperanzas de poder librarme de aquel
viaje. Antes de desaparecer tras la puerta, se asoma por esta y me mira con una
sonrisa—. Ah, y no te preocupes por lo de tus amigas, para algo está Internet,
¿no?
Cuando termina la
pregunta desaparece de nuevo. Viendo que la discusión ha llegado a su fin camino
dando pisotones hasta el piso de arriba, que es donde se encuentra mi
habitación. Cierro la puerta detrás de mí con la fuerza suficiente como para
que mi madre sea consciente de mi enfado. Aprieto los puños hasta el punto de
clavarme mis propias uñas en las palmas de las manos, pero no me importa.
Siento la necesidad de pegarle un puñetazo a algo, o alguien.
La ira que recorre mis
venas es demasiado intensa. ¿Por qué no me comprenden? ¿Por qué no pueden
limitarse a decir que sí? No pido mucho, solamente quiero quedarme en casa. Unas
lágrimas inoportunas comienzan a caer por mis ojos recorriendo mis mejillas
hasta caer de lleno en el suelo de madera.
En realidad no le he
contado toda la verdad a mi madre, ni mucho menos. Me encanta Sidney, es un
lugar genial lleno de gente, con infinidad de sitios a los que ir, donde nunca
me aburro. Es cierto que cada año no puedo aguantar para volver a pisar esa
ciudad maravillosa, porque siempre que voy es como la primera vez. Al estar
todo un curso aguantando la presión de los deberes, exámenes, profesores y la
gente estúpida con la que tienes que pasar la mañana, Sydney es como dejar todo
eso atrás por unos meses y olvidarlo todo. Siempre experimento esa sensación,
siempre excepto el año anterior.
Lo que ocurrió fue que
uno de mis amigos de allí, Jared, el año pasado parecía distinto. Hablaba más
conmigo, pasábamos más tiempo juntos, quedábamos nosotros dos solos e incluso
juraría que me miraba de una forma diferente. Chloe, una de las chicas a las
que conocía, me dijo que estaba colado por mí. En un principio creí que era
mentira, que era un rumor y que aquello jamás ocurriría. Ni tan siquiera me
gustaba, pero desde que me contó eso, empecé a mirarle como algo más que un
simple amigo, las piezas comenzaban a encajar, comprendí al fin que Chloe no
mentía, que él sentía algo por mí, y yo por él, hasta que un día me pidió
salir. Estuvimos saliendo un mes en secreto, solamente un par de amigos lo
sabían. Nunca se lo conté a mis padres, quería mantenerlo en secreto, no quería
que se estropeara. Fue uno de los meses más felices de mi vida. Fue mi primer
novio, creía estar completamente enamorada, hasta que un día, justo antes de
volver a Wisemans Ferry, encontré a Jared liándose con Chloe. No solo me había
puesto los cuernos, sino que encima con mi mejor amiga.
Cuando vieron que les
había descubierto se quedaron en blanco, pálidos y sin saber qué hacer. Yo
prácticamente estaba al borde del infarto, así que sin decir ni media palabra,
me di la vuelta y volví a casa. El único mensaje que recibí de Jared fue un “No te enfades, si de todas formas te vas a
ir”. La insensibilidad de aquel mensaje incluso consiguió partir más mi
destrozado corazón. Fue como si alguien hubiera cogido un mazo y me hubiera
dado de lleno en todo el pecho con él. Pasé el resto del día llorando, ni tan
siquiera salí a comer.
Esa es la verdadera
razón por la que no quiero ir a Sidney, por la que no quiero volver a pisar las
calles que recorría felizmente de la mano de Jared, viviendo una mentira. No
quiero volver a encontrármelo, ni a él ni a Chloe. Prácticamente no tengo a
nadie allí, después de lo ocurrido, cuando ni tan siquiera me despedí del
resto, no creo que nadie me dé la bienvenida con una enorme y sincera sonrisa.
Me tumbo en la cama boca
arriba, observando el blanco techo y secándome las lágrimas con el dorso de la
mano. Ojalá pudiera retroceder en el tiempo y rechazar su petición, haberme
negado a salir con él. Habría sido lo mejor, pero ya es tarde. No sirve de nada
arrepentirse de algo de lo que en su momento estabas completamente seguro.
La tarde había sido
demasiado larga, no tengo apetito y lo único que quiero es dormir, por tanto
sustituyo los vaqueros y la camisa por mi pijama y en menos de diez minutos me
quedo durmiendo. Mañana por la tarde volveré a Sydney.
No hay comentarios:
Publicar un comentario