Para ser sincera no tengo ni idea de cómo soy capaz
de llevar esta situación, ya que soy pésima a la hora de conocer gente, no como
Emily que tiene miles de amigos y es simpática con todos y cada uno de ellos.
Eso de ser maja con la gente me resulta un tanto imposible ya que tengo un
carácter bastante intenso, por no decir que soy una borde. Pero lo cierto es
que con Luke es bastante diferente, lo cual es extraño, ya que es un completo
desconocido del que no me debería fiar, pero sin embargo, su voz tranquila y su
cálida mirada me hacen sentir como si hubiera un vínculo entre nosotros. Tengo
la certeza de que podría pasarme el día y la noche hablando con él, riendo,
contándole pequeñas anécdotas, escuchando su profunda voz y observando aquellos
tiernos hoyuelos que decoran sus mejillas.
Llevamos menos de una hora caminando por la orilla
de la playa, con las zapatillas en las manos, salpicándonos por las gotas de
unas animadas olas. Hace un rato que hemos dejado de hablar, pero en vez de
sentirme incómoda, me siento feliz. Yo soy una chica muy tranquila, mi vida no
pasa por situaciones interesantes ni mucho menos intrépidas. Suelo pasar las
tardes de domingo acurrucada en mi cama con una buena manta, una taza de
chocolate caliente y una película. La sencillez es la clave para mi felicidad.
Y no conozco a Luke, pero estoy segura de que él es de los míos.
—¿En qué estás pensando? —me pregunta Luke
repentinamente, sacándome de mis pensamientos. Me ruborizo levemente ya que
estaba recreando en mi cabeza una escena en la que Luke y yo, tumbados y
tomando chocolate, veíamos películas. En el mismo instante en el que me ha
devuelto a la realidad, la imagen se ha esfumado.
—No sé, nada en particular… —miento— ¿Y tú?
—En que llevamos como una hora andando y ya no puedo
más con mi vida —dice con una sonrisa y un tanto jadeante—. ¿Podemos descansar
un rato?
—Claro, ¡haberlo dicho antes!
—Ni hablar, tú no parecías cansada y no iba a rebajarme
tan gratuitamente, no soy idiota —dice tumbándose en la arena y tapándose la
cara con los brazos.
Obvio que no estoy cansada, todos los días, después
de cenar, doy una vuelta con mi padre. A veces incluso andamos tres horas, nos
hemos salido varias veces del pueblo e incluso una noche nos perdimos. Tuvo que
venir mi madre hecha una furia a recogernos en coche con las pobres
indicaciones que le dimos. Lo que cuenta es que llegamos sanos y salvos a casa
y que mi padre hizo tortitas a la mañana siguiente para pedirle disculpas a
mamá por lo ocurrido.
Me acerco hasta Luke, que continúa inmóvil como una
auténtica momia, y me siento a su lado con las piernas cruzadas, y comienzo a
coger puñados de arena y ponérselos en la barriga. Cuando llevo un rato, Luke
aparta los brazos y me mira con los ojos muy abiertos.
—¡¿Qué estás haciendo?! —dice haciendo amago de
quitarse el montoncito de arena que cubría ya su abdomen, pero le agarro de la
muñeca fuertemente, evitando que destroce mi obra de arte.
—¡Para! —grito— Te voy a convertir en una preciosa
sirena.
Me mira a los ojos por unos segundos para a continuación
encoger los hombros y volver a su posición inicial.
Mientras le embadurno con arena por todas partes, se
dedica a hacerme preguntas de todo tipo, y yo, concentrada, cedo a
contestarlas. Lo curioso es que pasa de hacer las preguntas más estúpidas, a hacer
las más comprometedoras, por ejemplo, cuando me ha preguntado cuál es mi marca
de champú preferida y a continuación sobre mi virginidad. Obviamente no le he
contestado, y se ha excusado diciendo que era una broma. Me he resignado a
creerle.
Es curioso, porque al principio, cuando hemos salido
por la puerta de la cafetería no sabía si había sido una buena decisión, es
decir, ¿quién es Luke Hemmings? El tipo que me ha ayudado a escabullirme de mi
exnovio, vale, ¿pero qué más? ¿Y si ha estado
en la cárcel? ¿Y si ha matado a alguien? ¿Y si es un violador? Todas
estas preguntas pasaban por mi cabeza a una velocidad espeluznante, pero en
cuanto hemos comenzado a hablar, me he dado cuenta de que es un pedacito de pan
que jamás le haría nada malo a nadie.
—Dejemos de hablar de mí un rato —le digo
interrumpiendo otra estúpida pregunta sobre mi tipo favorito de madera—. Es
decir, háblame de ti, ya hemos hablado mucho de mí, es tu turno.
—Oh, de acuerdo, ¿qué quieres saber? —pregunta
entrecerrando los ojos.
—¿Cuál es tu reptil favorito? —pregunto imitándole—
No, en serio, a ver, yo que sé… —pienso en algo que realmente quiera saber,
pero no se me ocurre nada, por tanto hablo de lo primero que se me viene a la
cabeza— ¿Cuántos años tienes?
—Diecisiete —responde rápido.
—¿Y en qué curso estás?
—No voy a clase —dice sonriente.
—¿Qué? —le pregunto atónita. ¿Diecisiete años y ya
ha abandonado el instituto? Imposible. Los estudios son prácticamente lo más
importante de mi vida, ya que desde pequeña me han inculcado que si quiero
hacer grandes cosas en un futuro, debo esforzarme en mis estudios. Siempre lo
he tenido como meta, y por tanto siempre intento sacar las mejores notas.
—¿Qué parte no has entendido, la de No, la de voy o la de a clase? —pregunta
retóricamente y soltando una carcajada— Y antes de que digas nada, opino que el
instituto está sobrevalorado y que las notas en un futuro no sirven de nada, ya
que no son las que te dan de comer.
—Perdona, pero técnicamente son las que te dan de
comer, ya que con los estudios puedes tener un buen empleo que te dé de comer
todos los días —digo alzando un poco la voz.
Hace un rato que he dejado de convertirle en una
sirena, ya que ha conseguido captar mi atención y este debate que se avecina va
a dar mucho de sí. Vamos a ver, ¿cómo puede ser tan cerrado de mente? Estudiar
es bueno, es lo mejor que puedes hacer ahora, para poder labrarte un futuro en
el que vivir.
—No voy a discutir esto contigo, es mi decisión y mi
punto de vista; el instituto es una pérdida de tiempo —refunfuña. De pronto
todo se convierte en un silencio, esta vez incómodo, hasta que decido romperlo.
—¿Qué quieres ser de mayor? —mi pregunta llama su
atención, y el gesto levemente enfadado se sustituye por el del Luke alegre que
yo conozco, aunque solo sea por unas horas.
—No te lo voy a decir —dice con una ancha sonrisa.
—¿Por qué? —pregunto fastidiada y a la vez
intrigada.
—Porque soy una mala persona.
—Sí que lo eres, ¡pero dímelo! —digo dándole
golpecitos en la cara, ahora que está indefenso, atrapado por la arena.
—No, lo siento, ya te lo diré, algún día… —dice con
voz misteriosa.
—Eres horrible —digo riendo—, ¿me prometes que me lo
vas a decir?
—Lo prometo —dice alzando su dedo meñique, el cual
agarro con el mío, sellando un pacto.
—Que sepas que eres un sireno precioso —digo
poniéndome en pie, riéndome—. Voy a hacerte una foto para que puedas verte.
Realmente me ha quedado muy bien, me
va a matar, pero ha quedado divino. Creo que incluso supera a La Sirenita que
todos conocemos. Lariel, la nueva princesa Disney. Cuando saco el móvil para
hacer la foto, Luke cambia su cara, poniendo una mueca graciosa que resalta su
papada. Hago varios intentos ya que de reírme tanto, las fotos salen borrosas,
pero a la tercer va la vencida, y cuando me acuclillo para enseñarle a Luke mi
obra de arte, suelta una carcajada que retumba en mis oídos.
—¿Qué cojones has hecho? —dice, más
bien gritando, provocando que una señora mayor que pasaba por al lado, diera un
sobresalto— Dios mío, déjame verla otra vez —dice agarrando mi móvil. De
pronto, las risas cesan—. Lo siento, tengo que irme pero ya, ayúdame a salir de…
esta cosa.
—Claro.
Agarro las dos manos que me ofrece y
tiro de ellas con fuerza y dificultad, hasta conseguir ponerlo en pie a duras
penas. Está lleno de arena, le ayudo a quitársela, pero es casi inútil, está
por todas partes.
—Ay, lo siento, ahora estás lleno de
arena —digo quitándole una colilla que se le ha enganchado al pelo.
—No pasa nada, pero me tengo que ir
ya, llego tarde… —palpa sus bolsillos hasta dar con su móvil. Y de pronto, sin
darme cuenta, me encuentro envuelta en sus brazos— Me alegro de haberte
conocido, si necesitas librarte de más idiotas, no dudes en avisarme.
Cuando me libero del fuerte abrazo,
empiezo a entristecerme. No quiero que se vaya, quiero pasar más tiempo con él,
es muy simpático y prácticamente mi único amigo aquí. No tengo ni su número,
¿cuándo lo voy a volver a ver?
—Ah, por cierto, todas las mañanas
estoy en la cafetería, si te apetece y puedes, quedamos allí mañana a las diez,
¿te viene bien? —propone leyéndome la mente.
—Sí, sería genial, gracias por
ayudarme Luke, muchas gracias.
—Adiós Lea, no me des las gracias,
no ha sido nada. Gracias a ti por aparecer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario