lunes, 23 de diciembre de 2013

CAPÍTULO 5 "Sirenas".

Para ser sincera no tengo ni idea de cómo soy capaz de llevar esta situación, ya que soy pésima a la hora de conocer gente, no como Emily que tiene miles de amigos y es simpática con todos y cada uno de ellos. Eso de ser maja con la gente me resulta un tanto imposible ya que tengo un carácter bastante intenso, por no decir que soy una borde. Pero lo cierto es que con Luke es bastante diferente, lo cual es extraño, ya que es un completo desconocido del que no me debería fiar, pero sin embargo, su voz tranquila y su cálida mirada me hacen sentir como si hubiera un vínculo entre nosotros. Tengo la certeza de que podría pasarme el día y la noche hablando con él, riendo, contándole pequeñas anécdotas, escuchando su profunda voz y observando aquellos tiernos hoyuelos que decoran sus mejillas.
Llevamos menos de una hora caminando por la orilla de la playa, con las zapatillas en las manos, salpicándonos por las gotas de unas animadas olas. Hace un rato que hemos dejado de hablar, pero en vez de sentirme incómoda, me siento feliz. Yo soy una chica muy tranquila, mi vida no pasa por situaciones interesantes ni mucho menos intrépidas. Suelo pasar las tardes de domingo acurrucada en mi cama con una buena manta, una taza de chocolate caliente y una película. La sencillez es la clave para mi felicidad. Y no conozco a Luke, pero estoy segura de que él es de los míos.
—¿En qué estás pensando? —me pregunta Luke repentinamente, sacándome de mis pensamientos. Me ruborizo levemente ya que estaba recreando en mi cabeza una escena en la que Luke y yo, tumbados y tomando chocolate, veíamos películas. En el mismo instante en el que me ha devuelto a la realidad, la imagen se ha esfumado.
—No sé, nada en particular… —miento— ¿Y tú?
—En que llevamos como una hora andando y ya no puedo más con mi vida —dice con una sonrisa y un tanto jadeante—. ¿Podemos descansar un rato?
—Claro, ¡haberlo dicho antes!
—Ni hablar, tú no parecías cansada y no iba a rebajarme tan gratuitamente, no soy idiota —dice tumbándose en la arena y tapándose la cara con los brazos.
Obvio que no estoy cansada, todos los días, después de cenar, doy una vuelta con mi padre. A veces incluso andamos tres horas, nos hemos salido varias veces del pueblo e incluso una noche nos perdimos. Tuvo que venir mi madre hecha una furia a recogernos en coche con las pobres indicaciones que le dimos. Lo que cuenta es que llegamos sanos y salvos a casa y que mi padre hizo tortitas a la mañana siguiente para pedirle disculpas a mamá por lo ocurrido.
Me acerco hasta Luke, que continúa inmóvil como una auténtica momia, y me siento a su lado con las piernas cruzadas, y comienzo a coger puñados de arena y ponérselos en la barriga. Cuando llevo un rato, Luke aparta los brazos y me mira con los ojos muy abiertos.
—¡¿Qué estás haciendo?! —dice haciendo amago de quitarse el montoncito de arena que cubría ya su abdomen, pero le agarro de la muñeca fuertemente, evitando que destroce mi obra de arte.
—¡Para! —grito— Te voy a convertir en una preciosa sirena.
Me mira a los ojos por unos segundos para a continuación encoger los hombros y volver a su posición inicial.
Mientras le embadurno con arena por todas partes, se dedica a hacerme preguntas de todo tipo, y yo, concentrada, cedo a contestarlas. Lo curioso es que pasa de hacer las preguntas más estúpidas, a hacer las más comprometedoras, por ejemplo, cuando me ha preguntado cuál es mi marca de champú preferida y a continuación sobre mi virginidad. Obviamente no le he contestado, y se ha excusado diciendo que era una broma. Me he resignado a creerle.
Es curioso, porque al principio, cuando hemos salido por la puerta de la cafetería no sabía si había sido una buena decisión, es decir, ¿quién es Luke Hemmings? El tipo que me ha ayudado a escabullirme de mi exnovio, vale, ¿pero qué más? ¿Y si ha estado  en la cárcel? ¿Y si ha matado a alguien? ¿Y si es un violador? Todas estas preguntas pasaban por mi cabeza a una velocidad espeluznante, pero en cuanto hemos comenzado a hablar, me he dado cuenta de que es un pedacito de pan que jamás le haría nada malo a nadie.
—Dejemos de hablar de mí un rato —le digo interrumpiendo otra estúpida pregunta sobre mi tipo favorito de madera—. Es decir, háblame de ti, ya hemos hablado mucho de mí, es tu turno.
—Oh, de acuerdo, ¿qué quieres saber? —pregunta entrecerrando los ojos.
—¿Cuál es tu reptil favorito? —pregunto imitándole— No, en serio, a ver, yo que sé… —pienso en algo que realmente quiera saber, pero no se me ocurre nada, por tanto hablo de lo primero que se me viene a la cabeza— ¿Cuántos años tienes?
—Diecisiete —responde rápido.
—¿Y en qué curso estás?
—No voy a clase —dice sonriente.
—¿Qué? —le pregunto atónita. ¿Diecisiete años y ya ha abandonado el instituto? Imposible. Los estudios son prácticamente lo más importante de mi vida, ya que desde pequeña me han inculcado que si quiero hacer grandes cosas en un futuro, debo esforzarme en mis estudios. Siempre lo he tenido como meta, y por tanto siempre intento sacar las mejores notas.
—¿Qué parte no has entendido, la de No, la de voy o la de a clase? —pregunta retóricamente y soltando una carcajada— Y antes de que digas nada, opino que el instituto está sobrevalorado y que las notas en un futuro no sirven de nada, ya que no son las que te dan de comer.
—Perdona, pero técnicamente son las que te dan de comer, ya que con los estudios puedes tener un buen empleo que te dé de comer todos los días —digo alzando un poco la voz.
Hace un rato que he dejado de convertirle en una sirena, ya que ha conseguido captar mi atención y este debate que se avecina va a dar mucho de sí. Vamos a ver, ¿cómo puede ser tan cerrado de mente? Estudiar es bueno, es lo mejor que puedes hacer ahora, para poder labrarte un futuro en el que vivir.
—No voy a discutir esto contigo, es mi decisión y mi punto de vista; el instituto es una pérdida de tiempo —refunfuña. De pronto todo se convierte en un silencio, esta vez incómodo, hasta que decido romperlo.
—¿Qué quieres ser de mayor? —mi pregunta llama su atención, y el gesto levemente enfadado se sustituye por el del Luke alegre que yo conozco, aunque solo sea por unas horas.
—No te lo voy a decir —dice con una ancha sonrisa.
—¿Por qué? —pregunto fastidiada y a la vez intrigada.
—Porque soy una mala persona.
—Sí que lo eres, ¡pero dímelo! —digo dándole golpecitos en la cara, ahora que está indefenso, atrapado por la arena.
—No, lo siento, ya te lo diré, algún día… —dice con voz misteriosa.
—Eres horrible —digo riendo—, ¿me prometes que me lo vas a decir?
—Lo prometo —dice alzando su dedo meñique, el cual agarro con el mío, sellando un pacto.
—Que sepas que eres un sireno precioso —digo poniéndome en pie, riéndome—. Voy a hacerte una foto para que puedas verte.
            Realmente me ha quedado muy bien, me va a matar, pero ha quedado divino. Creo que incluso supera a La Sirenita que todos conocemos. Lariel, la nueva princesa Disney. Cuando saco el móvil para hacer la foto, Luke cambia su cara, poniendo una mueca graciosa que resalta su papada. Hago varios intentos ya que de reírme tanto, las fotos salen borrosas, pero a la tercer va la vencida, y cuando me acuclillo para enseñarle a Luke mi obra de arte, suelta una carcajada que retumba en mis oídos.
            —¿Qué cojones has hecho? —dice, más bien gritando, provocando que una señora mayor que pasaba por al lado, diera un sobresalto— Dios mío, déjame verla otra vez —dice agarrando mi móvil. De pronto, las risas cesan—. Lo siento, tengo que irme pero ya, ayúdame a salir de… esta cosa.
            —Claro.
            Agarro las dos manos que me ofrece y tiro de ellas con fuerza y dificultad, hasta conseguir ponerlo en pie a duras penas. Está lleno de arena, le ayudo a quitársela, pero es casi inútil, está por todas partes.
            —Ay, lo siento, ahora estás lleno de arena —digo quitándole una colilla que se le ha enganchado al pelo.
            —No pasa nada, pero me tengo que ir ya, llego tarde… —palpa sus bolsillos hasta dar con su móvil. Y de pronto, sin darme cuenta, me encuentro envuelta en sus brazos— Me alegro de haberte conocido, si necesitas librarte de más idiotas, no dudes en avisarme.
            Cuando me libero del fuerte abrazo, empiezo a entristecerme. No quiero que se vaya, quiero pasar más tiempo con él, es muy simpático y prácticamente mi único amigo aquí. No tengo ni su número, ¿cuándo lo voy a volver a ver?
            —Ah, por cierto, todas las mañanas estoy en la cafetería, si te apetece y puedes, quedamos allí mañana a las diez, ¿te viene bien? —propone leyéndome la mente.
            —Sí, sería genial, gracias por ayudarme Luke, muchas gracias.

            —Adiós Lea, no me des las gracias, no ha sido nada. Gracias a ti por aparecer.

No hay comentarios:

Publicar un comentario