miércoles, 25 de diciembre de 2013

CAPÍTULO 6 "Planes".

            —Lea, ¿eres tú? —pregunta mi padre desde la lejanía del comedor.
            —Sí —me limito a contestar.
            Acabo de llegar, son las dos y cuarto de la tarde e imagino que la hora de comer. He pasado toda la mañana con Luke y tengo la sensación de que apenas hemos pasado una hora juntos, cuando la realidad es que han sido como cuatro horas. Para ser sincera se me había olvidado por completo el hecho de que tenía una casa y una familia con la que volver. Es como si en esas cuatro horas todo lo que me importa hubiera pasado a segundo plano.
            Doy pasos largos por el ancho vestíbulo, decorado por una enorme araña que cuelga desde lo más alto, y una ancha alfombra en el centro. Cuando llego hasta la puerta del comedor, me asomo para ver lo que se cuece en el interior. En la habitación me encuentro con la ancha mesa abarrotada de gente, mucha más de la que había ésta mañana. A parte de mis padres y mis abuelos, en la mesa están mi tío Will y su mujer Esther, y mis tres primos pequeños: Jake y las gemelas Lydia y Ashley. Todos dejan sus conversaciones triviales para prestar atención a mi llegada. Mis primas comienzan a gritar mi nombre y Ashley salta corriendo a mis brazos. La cojo al vuelo, y aunque solamente tenga cinco años, casi no puedo aguantar el peso, por tanto la vuelvo a dejar sana y salva sobre el suelo. Mi padre, que está sentado al lado de mi tío, en el asiento más cercano a la puerta, me mira preocupado.
            —¿Se puede saber dónde has estado? —me pregunta rígidamente— Te he llamado tres veces.
            —Se me ha apagado el móvil porque no tenía batería —digo rápidamente. No es cierto, a mitad del camino de vuelta a casa me percaté de las llamadas perdidas, pero como ya era tarde y estaba a un par de manzanas de casa de los abuelos, decidí dejarlo—, lo siento.
            —¿Por qué has tardado tanto? ¿Dónde has estado? —repite de nuevo. Mi corazón comienza a latir a una velocidad fuera de lo normal. ¿Qué puedo decirle? ¿Qué he pasado toda la mañana con un extraño huyendo de mi ex novio?
            —Robert, deja de montarle un espectáculo a la pobre y deja que se siente a comer —dice mi abuela muy oportunamente, haciendo que mi corazón vuelva a su ritmo de siempre. Gracias, abuela, digo en mi cabeza.
            Suspiro aliviada por el apuro en el que me había metido en tan poco tiempo, y me siento al lado de mi primo Jake, que me hacía señas desde su asiento para que fuera con él. Mientras desdoblo la servilleta para dejarla reposar sobre mi regazo, mi abuela me echa unas enormes cucharadas en el plato de lo que parece ser un estofado de carne. Cuando veo que este está a punto de desbordarse, le pido que pare a no ser que quiera verme muerta.
            —Hola, prima, te has vuelto muy rebelde desde la última vez que te vi —me dice mi primo por lo bajini antes de soltar una pequeña carcajada. Le veía reírse en cuanto mi padre ha empezado a interrogarme.
            —Sí, ¿no has visto mi pearcing de la lengua y mi tatuaje en la muñeca que dice “I love breaking the rules”? —digo con voz profunda imitando a un camionero. Los dos comenzamos a reírnos, y mi tía nos manda a callar con una mirada asesina.
            —¿Qué será lo próximo? —pregunta retóricamente— ¿Combinar rosa y rojo?
            Nos pasamos el resto de la comida así. Echaba mucho de menos a mi pequeño primo, aunque no tan pequeño. Tiene dieciséis años y siempre nos hemos llevado de maravilla. Nos vemos muy poco pero cuando esto ocurre nos lo contamos todo y podemos llegar a ser los mejores amigos. Yo soy la única de la familia que sabe lo de su homosexualidad y siempre le he animado a contárselo a sus padres más de una vez, pero sigue sin estar seguro, tiene miedo de que no acepten lo que es.
            Cuando terminamos la comida subo lo más rápido posible a mi habitación, huyendo de mi padre y sus preguntas, rezando por que se le haya olvidado. Cuando llego a ella, sustituyo la ropa que llevo por un pantalón de chándal y una camiseta de tirantes y me meto a la cama a descansar.
            Sin ser consciente comienzo a recapitular lo ocurrido esta mañana. Mirándolo ahora, resulta tan surrealista que incluso me planteo si todo ha sido un sueño. El inesperado “encuentro” con Jared, la huída, el refugio en la cafetería, la amabilidad de Luke, el paseo por la playa, las preguntas, la sirena… Una pequeña risa se escapa de entre mis labios al recordar esto último. ¿Cómo me ha dejado hacerle eso? Estiro el brazo y tanteo entre las cosas de mi mesita de noche hasta dar con el móvil. Me lo acerco y busco entre las fotos más recientes y la última es la de Luke la sirena, que mira sonriente al objetivo, con una mueca graciosa. No puedo evitar reír al recordarlo. ¿Realmente ha ocurrido esto hoy? Yo, que soy la timidez personificada, ¿me he atrevido a dar mil vueltas con un desconocido? Nadie que me conozca se lo creería.
            Observando la foto intento recordar de lo que estábamos hablando en ese momento, y al instante se me viene a la cabeza. Intentaba que me dijera lo que iba a ser de mayor, me ha dejado con la intriga y eso es inaceptable. Espero que mañana me lo diga o la duda acabará quitándome el sueño.
            Espera.
            Mañana. Mañana he vuelto a quedar con él. Si Emily lo supiera diría que estoy loca. No sé si debería contárselo, puede que mañana por la tarde, después de quedar con él. Aunque Em se volvió muy protectora conmigo desde lo de Jared y no sé cómo se lo tomaría. Pero, ¿de qué estoy hablando? Es un chico al que acabo de conocer, al que no sé ni si considerar mi amigo. Con todas estas dudas y teorías rondando en mi cabeza, comienzo a adormecerme, pero lo último que recuerdo antes de caer en una nube de sueños, es la última frase de Luke antes de salir disparado: “Gracias a ti por aparecer”.
            —Despierta, zorra, que me aburro —oigo que alguien me dice mientras me da pequeñas y suaves bofetadas—. Vamos, no finjas, que sé que estás despierta, y si no lo estás, me da igual.
            —Jake, vete a la mierda —digo escondiendo la cabeza entre mis sábanas.
            —No me seas maleducada que nos vemos solamente dos veces al año.
            Noto cómo se levanta de mi cama, y me acomodo de nuevo, feliz y calentita entre mis sábanas con olor a suavizante, pero este gesto de alegría se esfuma en segundos, ya que acto seguido mi ya no tan querido primo, abre las cortinas de mi habitación, haciendo que pase toda la luz directamente en mi cara. Jake comienza a cantar muy desafinadamente y suspiro resignada, incorporándome finalmente.
            —¿Sabes que te odio? —le pregunto retóricamente.
            —No, me amas y lo sabes, venga, cuéntame cosas sobre tu vida, ¿algún cotilleo? ¿Tienes novio? ¿Novia? —una cascada de preguntas sin sentido me caen encima como un cubo de agua fría. Sí, quiero mucho a Jake, pero a veces puede ser demasiado maruja— Vamos, no tengo todo el día.
            —¿Qué quieres que te cuente? No, no tengo novio ni novia, mi vida no es emocionante —digo echándome de nuevo en la cama a la vez que Jake alcanza un par de cojines—. Cuéntame tú, ¿qué hay de nuevo en tu vida?
            Sé que he acertado con la pregunta, que solamente me preguntaba por protocolo y que lo que quiere es hablar de él mismo, y otras veces puede haberme molestado, pero en este momento no podría pedir algo mejor. Para ser sincera, he estado a punto de hablarle de lo que ha ocurrido esta mañana, pero no estoy segura de si es una buena idea. No es por miedo a que vaya contándolo por ahí, pero siempre he sido más de escuchar que de hablar y me resulta complicado.
            —Tengo novio —dice en voz baja, para asegurarse de que nadie nos oiga, aún estando la puerta cerrada. Saca su móvil a la velocidad de la luz y me restriega la pantalla por la cara. Me muestra una foto de él, es un chico alto, delgado y de tez pálida con el pelo negro y los ojos azules—. Se llama Arthur, llevamos casi siete meses saliendo, le conocí en un pub, tiene tu edad y es el amor de mi vida.
            —Vaya, es muy guapo, bien hecho primo —le felicito. Realmente es muy guapo, no es mi tipo, pero es bastante mono. Aunque no me lo imagino caminando de la mano del canijo rubio que es mi primo.
            Comenzó a contarme cómo surgió todo. Una amiga en común los presentó y desde entonces no dejaron de hablar por el móvil y a quedar en secreto. Sus padres tampoco saben sobre su homosexualidad, así que ambos estuvieron de acuerdo en ocultar su relación por el momento. Dice que cada vez que quedan le compra una bolsa de sus chucherías favoritas y que esa es señal de que es el amor de su vida. Las paranoias de Jake son dignas de estudio, no es broma. Una vez, cuando éramos pequeños me explicó su teoría sobre el misterio de dónde provenían los bebés. Acabé llamando a mi madre llorando y pidiéndole que no hiciera tratos con los alemanes, que quería ser hija única.
            —¿En serio que no tienes ningún churri por ahí? —pregunta y niego con la cabeza, respondiéndole— ¿Y dónde has estado esta mañana?
            —¿Eres mi padre? —Le recrimino un tanto a la defensiva, más de lo que me hubiera gustado.
            —Te he calado, sabes que tengo un sexto sentido con las mentiras.
            —¡Si no te he mentido, ni siquiera me has dado tiempo a contestarte!
            —Eh, guarda las garras, fiera, que te noto un poco tensa —intenta calmarme poniendo las manos en alto—. Venga, cuéntamelo todo.
            Lo pienso un par de segundos y acabo explicándoselo todo. Él conocía la historia de Jared, pero no con todos los detalles como Emily, ya que se lo expliqué las navidades pasadas. Jake me mira expectante y con la boca entreabierta a lo largo de todo el relato, aparentemente apasionado por todo lo que le explico. Cuando concluyo, cojo aire y expiro, más relajada al por fin habérselo contado a alguien.
            —¿Estás saliendo con un extraño? —pregunta incrédulo.
            —¡No! No has escuchado nada de lo que te he dicho, ¿verdad?
            —Sí que te he escuchado, pero en resumen es eso, quieres decirme que te gusta un extraño, es normal, yo me enamoro de todos los chicos guapos que me encuentro por la calle. A veces me planteo en perseguirlos, e incluso otras veces lo he hecho —añade desviándose del tema—, pero el caso es que tú, solamente has llegado a otro nivel, que es el de intimar con ese guapo extraño. Porque es guapo, ¿no?
            —Sí, lo es —digo un poco avergonzada por decir en voz alta lo que llevo pensando desde esta mañana—. Y… he quedado con el mañana, pero tengo un problema.
            —¿Dónde está el problema en desayunar con el guapo desconocido? En serio hija, a veces pienso que eres tonta…
            —Cállate —le interrumpo—. A ver, después de lo de hoy no creo que mi padre me deje ir mañana, así que, no tengo ni idea de lo que puedo hacer.
            —Tengo un plan —dice con tono maquiavélico—. Ahora bajo un momento y le digo a tus padres que quiero ir mañana por la mañana a una pastelería nueva que han abierto y que si les importa que vayas conmigo, no creo que se oponga y si lo hacen, pues te rapto.
            —¡Jake, eres el mejor! —digo rodeándole entre mis brazos, llenándolo de besos en la cabeza.
            —Ay, ya lo sé —dice apartándome y recolocándose el pelo—. Esto es tan emocionante, es como Romeo y Julieta.
            —No has leído el libro, ¿verdad?
            —No, la verdad es que no —responde sinceramente saliendo por la puerta de mi habitación, y escucho sus alegres pisadas bajando por las escaleras hasta que el sonido se hace imperceptible.

            Me tiene que salir algo bien este verano, ¿no?

lunes, 23 de diciembre de 2013

CAPÍTULO 5 "Sirenas".

Para ser sincera no tengo ni idea de cómo soy capaz de llevar esta situación, ya que soy pésima a la hora de conocer gente, no como Emily que tiene miles de amigos y es simpática con todos y cada uno de ellos. Eso de ser maja con la gente me resulta un tanto imposible ya que tengo un carácter bastante intenso, por no decir que soy una borde. Pero lo cierto es que con Luke es bastante diferente, lo cual es extraño, ya que es un completo desconocido del que no me debería fiar, pero sin embargo, su voz tranquila y su cálida mirada me hacen sentir como si hubiera un vínculo entre nosotros. Tengo la certeza de que podría pasarme el día y la noche hablando con él, riendo, contándole pequeñas anécdotas, escuchando su profunda voz y observando aquellos tiernos hoyuelos que decoran sus mejillas.
Llevamos menos de una hora caminando por la orilla de la playa, con las zapatillas en las manos, salpicándonos por las gotas de unas animadas olas. Hace un rato que hemos dejado de hablar, pero en vez de sentirme incómoda, me siento feliz. Yo soy una chica muy tranquila, mi vida no pasa por situaciones interesantes ni mucho menos intrépidas. Suelo pasar las tardes de domingo acurrucada en mi cama con una buena manta, una taza de chocolate caliente y una película. La sencillez es la clave para mi felicidad. Y no conozco a Luke, pero estoy segura de que él es de los míos.
—¿En qué estás pensando? —me pregunta Luke repentinamente, sacándome de mis pensamientos. Me ruborizo levemente ya que estaba recreando en mi cabeza una escena en la que Luke y yo, tumbados y tomando chocolate, veíamos películas. En el mismo instante en el que me ha devuelto a la realidad, la imagen se ha esfumado.
—No sé, nada en particular… —miento— ¿Y tú?
—En que llevamos como una hora andando y ya no puedo más con mi vida —dice con una sonrisa y un tanto jadeante—. ¿Podemos descansar un rato?
—Claro, ¡haberlo dicho antes!
—Ni hablar, tú no parecías cansada y no iba a rebajarme tan gratuitamente, no soy idiota —dice tumbándose en la arena y tapándose la cara con los brazos.
Obvio que no estoy cansada, todos los días, después de cenar, doy una vuelta con mi padre. A veces incluso andamos tres horas, nos hemos salido varias veces del pueblo e incluso una noche nos perdimos. Tuvo que venir mi madre hecha una furia a recogernos en coche con las pobres indicaciones que le dimos. Lo que cuenta es que llegamos sanos y salvos a casa y que mi padre hizo tortitas a la mañana siguiente para pedirle disculpas a mamá por lo ocurrido.
Me acerco hasta Luke, que continúa inmóvil como una auténtica momia, y me siento a su lado con las piernas cruzadas, y comienzo a coger puñados de arena y ponérselos en la barriga. Cuando llevo un rato, Luke aparta los brazos y me mira con los ojos muy abiertos.
—¡¿Qué estás haciendo?! —dice haciendo amago de quitarse el montoncito de arena que cubría ya su abdomen, pero le agarro de la muñeca fuertemente, evitando que destroce mi obra de arte.
—¡Para! —grito— Te voy a convertir en una preciosa sirena.
Me mira a los ojos por unos segundos para a continuación encoger los hombros y volver a su posición inicial.
Mientras le embadurno con arena por todas partes, se dedica a hacerme preguntas de todo tipo, y yo, concentrada, cedo a contestarlas. Lo curioso es que pasa de hacer las preguntas más estúpidas, a hacer las más comprometedoras, por ejemplo, cuando me ha preguntado cuál es mi marca de champú preferida y a continuación sobre mi virginidad. Obviamente no le he contestado, y se ha excusado diciendo que era una broma. Me he resignado a creerle.
Es curioso, porque al principio, cuando hemos salido por la puerta de la cafetería no sabía si había sido una buena decisión, es decir, ¿quién es Luke Hemmings? El tipo que me ha ayudado a escabullirme de mi exnovio, vale, ¿pero qué más? ¿Y si ha estado  en la cárcel? ¿Y si ha matado a alguien? ¿Y si es un violador? Todas estas preguntas pasaban por mi cabeza a una velocidad espeluznante, pero en cuanto hemos comenzado a hablar, me he dado cuenta de que es un pedacito de pan que jamás le haría nada malo a nadie.
—Dejemos de hablar de mí un rato —le digo interrumpiendo otra estúpida pregunta sobre mi tipo favorito de madera—. Es decir, háblame de ti, ya hemos hablado mucho de mí, es tu turno.
—Oh, de acuerdo, ¿qué quieres saber? —pregunta entrecerrando los ojos.
—¿Cuál es tu reptil favorito? —pregunto imitándole— No, en serio, a ver, yo que sé… —pienso en algo que realmente quiera saber, pero no se me ocurre nada, por tanto hablo de lo primero que se me viene a la cabeza— ¿Cuántos años tienes?
—Diecisiete —responde rápido.
—¿Y en qué curso estás?
—No voy a clase —dice sonriente.
—¿Qué? —le pregunto atónita. ¿Diecisiete años y ya ha abandonado el instituto? Imposible. Los estudios son prácticamente lo más importante de mi vida, ya que desde pequeña me han inculcado que si quiero hacer grandes cosas en un futuro, debo esforzarme en mis estudios. Siempre lo he tenido como meta, y por tanto siempre intento sacar las mejores notas.
—¿Qué parte no has entendido, la de No, la de voy o la de a clase? —pregunta retóricamente y soltando una carcajada— Y antes de que digas nada, opino que el instituto está sobrevalorado y que las notas en un futuro no sirven de nada, ya que no son las que te dan de comer.
—Perdona, pero técnicamente son las que te dan de comer, ya que con los estudios puedes tener un buen empleo que te dé de comer todos los días —digo alzando un poco la voz.
Hace un rato que he dejado de convertirle en una sirena, ya que ha conseguido captar mi atención y este debate que se avecina va a dar mucho de sí. Vamos a ver, ¿cómo puede ser tan cerrado de mente? Estudiar es bueno, es lo mejor que puedes hacer ahora, para poder labrarte un futuro en el que vivir.
—No voy a discutir esto contigo, es mi decisión y mi punto de vista; el instituto es una pérdida de tiempo —refunfuña. De pronto todo se convierte en un silencio, esta vez incómodo, hasta que decido romperlo.
—¿Qué quieres ser de mayor? —mi pregunta llama su atención, y el gesto levemente enfadado se sustituye por el del Luke alegre que yo conozco, aunque solo sea por unas horas.
—No te lo voy a decir —dice con una ancha sonrisa.
—¿Por qué? —pregunto fastidiada y a la vez intrigada.
—Porque soy una mala persona.
—Sí que lo eres, ¡pero dímelo! —digo dándole golpecitos en la cara, ahora que está indefenso, atrapado por la arena.
—No, lo siento, ya te lo diré, algún día… —dice con voz misteriosa.
—Eres horrible —digo riendo—, ¿me prometes que me lo vas a decir?
—Lo prometo —dice alzando su dedo meñique, el cual agarro con el mío, sellando un pacto.
—Que sepas que eres un sireno precioso —digo poniéndome en pie, riéndome—. Voy a hacerte una foto para que puedas verte.
            Realmente me ha quedado muy bien, me va a matar, pero ha quedado divino. Creo que incluso supera a La Sirenita que todos conocemos. Lariel, la nueva princesa Disney. Cuando saco el móvil para hacer la foto, Luke cambia su cara, poniendo una mueca graciosa que resalta su papada. Hago varios intentos ya que de reírme tanto, las fotos salen borrosas, pero a la tercer va la vencida, y cuando me acuclillo para enseñarle a Luke mi obra de arte, suelta una carcajada que retumba en mis oídos.
            —¿Qué cojones has hecho? —dice, más bien gritando, provocando que una señora mayor que pasaba por al lado, diera un sobresalto— Dios mío, déjame verla otra vez —dice agarrando mi móvil. De pronto, las risas cesan—. Lo siento, tengo que irme pero ya, ayúdame a salir de… esta cosa.
            —Claro.
            Agarro las dos manos que me ofrece y tiro de ellas con fuerza y dificultad, hasta conseguir ponerlo en pie a duras penas. Está lleno de arena, le ayudo a quitársela, pero es casi inútil, está por todas partes.
            —Ay, lo siento, ahora estás lleno de arena —digo quitándole una colilla que se le ha enganchado al pelo.
            —No pasa nada, pero me tengo que ir ya, llego tarde… —palpa sus bolsillos hasta dar con su móvil. Y de pronto, sin darme cuenta, me encuentro envuelta en sus brazos— Me alegro de haberte conocido, si necesitas librarte de más idiotas, no dudes en avisarme.
            Cuando me libero del fuerte abrazo, empiezo a entristecerme. No quiero que se vaya, quiero pasar más tiempo con él, es muy simpático y prácticamente mi único amigo aquí. No tengo ni su número, ¿cuándo lo voy a volver a ver?
            —Ah, por cierto, todas las mañanas estoy en la cafetería, si te apetece y puedes, quedamos allí mañana a las diez, ¿te viene bien? —propone leyéndome la mente.
            —Sí, sería genial, gracias por ayudarme Luke, muchas gracias.

            —Adiós Lea, no me des las gracias, no ha sido nada. Gracias a ti por aparecer.

jueves, 24 de octubre de 2013

CAPÍTULO 4 "Luke".

           ¿Qué hace llamándome? ¿Qué pretende? Aún sale su nombre en la pantalla, ¿quieres desaparecer de una vez de mi vida? Dudo entre colgar o simplemente dejar que suene hasta que la llamada se corte. Resulta ser una dura decisión, ya que obviamente colgar sería un error si lo que trato de ser es sutil, pero por otro lado, no aguanto ni un segundo más viendo su nombre en la pantalla, ni la vibración en mi mano. Aparto la mirada mientras sigo caminando y dos segundos después, se corta la llamada. Por fin respiro con tranquilidad, pero no pasan ni diez segundos cuando vuelve a sonar el móvil. Esta vez decido no sacarlo del bolsillo, a sabiendas de que es Jared quien llama. Camino con paso aligerado, creo que debería apagar el móvil, pero no quiero por si acaso ocurre algo y alguien quiere contactar conmigo. ¿Pero qué hago ahora? ¿Existe alguna manera de bloquear sus llamadas? Al fin deja de vibrar el móvil, y rezo por que no vuelva a hacerlo. Y es entonces cuando entre todo el barullo de gente, creo escuchar mi nombre. Al principio pienso que son alucinaciones mías y que estoy paranoica, pero cuando vuelvo a escucharlo, esta vez más de cerca, un nudo en el estómago me provoca una fuerte angustia.
            ¿Qué hace? ¿Es él? Pues claro que sí, ¿quién va a ser si no? Pero es demasiada casualidad, en un lugar tan grande como este. Que ilusa fui creyendo que podría perderme, el mundo es un pañuelo.
            Intento no girar la cabeza ni prestar atención a sus gritos. Pretendo hacer de oídos sordos, pero no puedo. Incluso entre tanta gente parloteando e incluso gritando, escucho su voz. Lo que desearía que fueran imaginaciones mías…
            —¡Lea, Lea! —escucho todavía más de cerca.
            Me pongo tensa, siento la necesidad de darme la vuelta y pedirle que no me siga, que le estoy ignorando, pero sería una total metedura de pata. El corazón me late a mil, y no puedo echar a correr ahora que es demasiado tarde. Intento andar con mayor velocidad, con prisa y sin pausa, como si tuviera que ir a alguna parte. ¿Qué hago? Tengo una idea, a la vuelta de la esquina hay una cafetería, me meteré allí, me encerraré en el baño y contaré hasta mil para salir. Puede que la última parte la descarte, pero de momento es un buen plan.    
            Cojo aire y comienzo a andar a mayor velocidad, prácticamente corriendo. Sigue llamándome tanto a gritos como por teléfono, y eso lo único que me provoca es ansiedad. Un par de metros más y enseguida estaré en el local. Ojalá esté lo suficientemente alejado como para que no sepa adónde he ido.
            Empujo la puerta con tanta fuerza que no me sorprendería caer rendida aquí en medio. Jadeante la cierro tras de mí, y me siento en la primera mesa que pillo. ¿Dónde está el baño? No tengo tiempo. Miro a mi izquierda, por la ventana, aquí me puede ver. Alzo la vista en busca de algún camarero que pueda indicarme dónde está el baño, pero parece ser que la suerte hoy no está de mi parte, porque no veo ni uno. Normal, si prácticamente no hay nadie. Miro nerviosa la ventana, parezco un maldito espectáculo, quien me vea pensará que estoy loca. De pronto escucho mi nombre de nuevo, miro a mi izquierda, donde la ventana, sabiendo que en segundos Jared se asomará por allí, y probablemente me verá. ¿Qué hago? ¿Qué hago? No hay nada con lo que cubrirme.
            —Chst, ¿te pasa algo? —me dice un chico rubio que se encuentra sentado dos mesas delante de mí. Cuando le miro en lo primero que me fijo es que en su mesa hay un menú, por tanto me pongo en pie y corro hasta él, sentándome a su lado, cogiendo el menú y cubriéndome la cara con este. Atenta, escucho cómo el chico rubio intenta aguantar la risa.
            —Ríete si quieres, pero esto es serio —digo ofendida, echando una ojeada por la cristalera.
            —Disculpa… —dice soltando una carcajada.
            Ignoro su superficial educación y me concentro en ver cómo Jared pasa justo en ese momento por la puerta, parándose en seco y mirando inoportunamente dentro del recinto, en mi búsqueda. Saca el móvil una vez más, y cuando veo que está a punto de entrar, me cubro totalmente con el menú, deseando ser invisible. Que no entre por favor, que no entre por favor, pienso.
            —Si a lo largo de un minuto alguien entra, por favor, avísame —le digo al chico rubio que permanece en silencio, supongo que atento a mis órdenes.
            Permanezco oculta, tras la potente barrera de un simple menú plastificado, si me quedo quieta quizá no me vea nunca. Como con los dinosaurios. Pasan unos segundos y no escucho nada, por tanto decido bajar la guardia y el menú. Cuando hago ademán alguien se interpone, aplastando el trozo de plástico contra mí, impidiéndome ver.
            —¡¿Qué haces?! —le grito.
            —Aún no ha pasado un minuto, espera unos tres segundos y… —dice con tono alegre, pero a mí no me hace ni pizca de gracia— ¡ya! —exclama apartando la mano, permitiéndome de esta manera poder dejar a luz mi gesto de desacuerdo.
            —¿Qué? —pregunta con una ancha sonrisa.
            Es ahora cuando tengo la oportunidad de saber quién me ha ayudado —de cierto modo— a esconderme, por tanto, sin contestarle a la pregunta, me fijo en su rostro. Unos ojos azules como el mar, un pelo rubio con el flequillo en punta y una preciosa sonrisa decorada por unos adorables hoyuelos. Es guapísimo, para qué engañarse. Sin darme cuenta nos hemos quedado completamente en silencio, mirándonos directamente a los ojos sin tapujos. Suelo rehuir mucho el contacto directo visual, ya que me incomoda muchísimo, pero mirando los ojos de este extraño, siento calidez, seguridad… es difícil de explicar, pero al ser consciente de que llevo como un minuto escrutándole con la mirada, carraspeo y dirijo la vista hacia el salero que hay sobre la mesa. No me hace falta mirarle para saber que está sonriendo, y eso hace que mi cara comience a enrojecerse.
            —Me llamo Luke, Luke Hemmings —dice rompiendo el hielo. Gesto que agradezco.
            —Yo soy Lea Brown, encantada y gracias por prestarme tu menú —digo poniéndolo en alto.
            —Un placer —dice agachando la cabeza todavía sonriendo. Sus hoyuelos son tan profundos que siento la necesidad de tocarlos—, no quiero ser cotilla, pero, ¿podrías explicarme qué acaba de pasar?
            Sé que es un extraño, que lo único que conozco de él es su nombre y apellido, pero algo dentro de mí me suplica contárselo. No tengo ni idea de qué es ni de por qué siento esa necesidad, pero si pregunta, lo menos que puedo hacer es responderle.
            —Para empezar, yo no soy de aquí, soy de Wisemans Ferry, pero vengo todos los veranos a Sydney y pues nada. Estaba huyendo de mi ex, Jared, con el que salí el verano pasado y me puso los cuernos con una amiga con una patética excusa —pienso un poco, buscando algún detalle más—. Y… sí, creo que eso es todo. Ahora me acosa, y yo no quiero verle nunca más, como tú comprenderás…
            —Entiendo, entiendo… —dice arrugando el ceño— ¿y qué excusa te puso?
            —“Si de todas formas te ibas a ir…”
            —¿En serio? —pregunta incrédulo— Qué huevos tiene.
            La indignación en su tono de voz consigue conmoverme, sé que es una reacción típica, pero no sé, aprecio que se preocupe por mí sin tan siquiera saber quién soy. En ese instante viene una camarera con una pequeña libreta —sí, ahora aparece, a buena ahora—, y me pregunta si quiero tomar algo. Miro el menú rápidamente y le pido un capuccino acompañado de una magdalena de chocolate.
            —Siento haberte aburrido con mi preciosa historia de amor —me disculpo por haber sido tan lanzada en ese aspecto.
            —Oh, no te preocupes, si he sido yo el que ha preguntado —dice quitándole importancia al asunto, mientras le da un sorbo a su taza de café.
            De pronto aparece la camarera de antes esta vez sustituyendo la libreta por una bandeja con una taza y una magdalena. Me coloca el plato justo delante y se despide de nosotros diciendo que si queríamos algo más, que no dudáramos en avisarla.
            Antes de darle un hambriento mordisco a la magdalena, pienso en lo que estoy haciendo. Siempre he sido muy tímida y reservada, y ahora estoy aquí, en un local al que nunca antes había ido, desayunando con un chico al que acabo de conocer. Es totalmente surrealista.
            —Bueno, ¿y tú qué? ¿No huyes de tu ex? —pregunto curiosa, intentando descubrir si tiene novia.
            —No, la verdad es que no.
            —Es muy entretenido, deberías probarlo —le recomiendo. Al final acabamos los dos riéndonos.
            Continuamos hablando durante lo que parecen ser cinco minutos, que en realidad es más de media hora. Se me pasa el tiempo volando mientras hablo con él. Le he contado cosas sobre mi familia, que soy hija única, que estaré viviendo en una casa no muy lejos de aquí y cosas por el estilo. Le he hablado de Emily, y de Wisemans Ferry. No le he vuelto a mencionar el tema de Jared, pero lo cierto es que solo hemos hablado de mí, y nada sobre él. Cosas irrelevantes y superficiales, pero me ha parecido suficiente. Es agradable que te escuchen.
            De pronto mi móvil vuelve a vibrar, ¿en serio sigue buscándome? ¿No piensa tirar la toalla? Lo cuelgo harta de él, y lo dejo sobre la mesa. Luke me mira confuso, y no me da tiempo a decirle que es Jared de nuevo, ya que vuelve a llamar, y cuando Luke ve su nombre en la pantalla, alcanza el teléfono.
            —Déjamelo a mí —me dice enfadado. Descuelga el teléfono y se lo lleva a la oreja. Intento escuchar a Jared, pero es casi imposible—. ¿Sí? Lea no está disponible en estos momentos… Y si es posible no la vuelvas a llamar ni molestar o te las verás conmigo… ¿Que quién soy? Su novio, así que no me toques las narices o te parto la cara, que pases un buen día.
            Miro con la boca abierta a Luke, anonadada ante lo que acaba de ocurrir. ¿Le ha dicho todo eso por mí? Espera un momento, ¿se ha hecho pasar por mi novio? De pronto me entra la risa nerviosa. Verle tan cabreado ha conseguido hasta asustarme, parecía muy agresivo, dispuesto a cumplir con lo de darle una paliza. No sé cómo tomármelo, para ser sincera.

            —Creo que no te va a molestar más —dice devolviéndome el móvil con una sonrisa—. ¿Pido la cuenta y nos vamos a dar una vuelta?

sábado, 19 de octubre de 2013

CAPÍTULO 3 "Hora de instalarse".

        —Jamás pienso hacerte daño, te quiero— dice mirándome a los ojos, sin miedo en su expresión, apretando la mandíbula totalmente convencido de sus palabras, convenciéndome a mí de este modo.
            —Yo… yo también te quiero —contesto creyendo estar segura.
            Antes de inclinarse para posar sus labios sobre los míos, entreabre los labios dejando asomar una pequeña sonrisa traviesa. Jared da un paso atrás, y la sonrisa va cambiando poco a poco hasta transmitir una cierta malicia. Poco a poco comienza a reírse, y a alejarse cada vez más de mí, hasta que prácticamente no puedo verle, ya que una blanca niebla parece tragárselo, pero sigo escuchando su risa tenebrosa, asustándome más a cada segundo. Miro a mi alrededor y no veo salida, es un callejón oscuro, o voy a la niebla o me quedo aquí. La risa cada vez retumba más en mi cabeza, hasta que llega un momento que reina el silencio. Pero entonces escucho su voz en mi cabeza. “Despierta, ingenua, has caído como todas… Despierta, despierta…”.
            —¡Despierta! Lea, o te mueves o te dejamos toda la noche aquí —dice mi madre muy cerca de mí, zarandeándome por el brazo. Abro los ojos poco a poco hasta que caigo en la cuenta de que todo ha sido un sueño. Me incorporo mientras me froto los ojos y cuando salgo del coche a duras penas, agarro mis maletas y las arrastro. Persigo a mis padres, ya que no recuerdo dónde estamos y pienso en el sueño.
            Al principio, todo era muy real, me digo a mí misma. Hay clases y clases de sueños. Sueños bonitos, pesadillas, sueños surrealistas, sueños vacíos y sueños hiperrealistas, que pueden llegar a dar más miedo que las pesadillas. Todo parece tan real, hasta creía que las puntas de mis dedos tocaban sus mejillas e incluso creía oler el agresivo aroma de su perfume, pero era todo una farsa. Como también lo fue cuando ocurrió realmente. Es una especie de recuerdo, fue prácticamente lo que ocurrió.
            Una tarde vino a por mí para dar un paseo, y cuando llegamos a un callejón me dijo aquello, y yo sentí que debía decirle lo mismo, por tanto lo hice. No estaba segura de que hubiera sido la decisión más acertada, pero en ese momento era feliz. Era absurdo, llevábamos juntos dos semanas y ya dijo que me quería. Le quitó toda la importancia a una frase con un eterno significado. Y yo también lo hice. Creo que fue de las cosas de las que más me arrepentí. Siempre he sido de esa gente que no comprende por qué las parejas se dicen todas esas cosas tan solo estando dos días juntos. Fue demasiado hipócrita por mi parte, y no tengo ni idea de cómo fui capaz. Me consuela pensar que fue la presión del momento.
            —Los abuelos están deseando verte —dice mi padre girando la cabeza.
            Asiento sin decirle nada más, ya que estoy demasiado cansada como para hablar, y cuando miro a mi alrededor, reconozco las casas, la calle. Lo reconozco todo, sé que en la siguiente manzana giraremos a la izquierda y llegaremos a casa de mis abuelos.
            Después de un par de minutos caminando, tengo toda la razón y por fin llegamos a la preciosa casa de mis abuelos. Compraron un solar cuando se casaron y como mi abuelo era arquitecto se encargó el mismo de diseñar toda la casa, creando así un hogar para toda la familia. En Navidad siempre nos reunimos aquí, ya que es el único lugar donde toda la familia cabe. Es una construcción de tres plantas; en la primera está la cocina, el salón, un cuarto de baño, la habitación de mis abuelos y algunas salas irrelevantes. En el segundo piso está la antigua habitación de mi padre, reformada para que él y mi madre pueden alojarse cuando estén de visita. Al lado está el cuarto de mi tío Will y justo enfrente hay tres habitaciones de invitados y tres baños. El último piso se utiliza como almacén, y no solemos subir ya que está lleno de trastos inútiles y polvo.
            Cuando llegamos al portal y mi padre toca el timbre, no pasan ni dos segundos cuando mi abuela sale con una enorme sonrisa a recibirnos.
            —¡Ay, mi niño, cuánto lo he echado de menos! —dice dándole un achuchón a mi padre —¡y mi nuera, pero qué guapa que está!— grita dándole un beso en la mejilla.
            Mi padre y mi madre entran con las maletas al recibidor y cuando mi abuela les dice que las sábanas ya están puestas y que cenaremos en diez minutos, vuelve la mirada hacia mí y puedo ver la alegría en su rostro.
            —¿Y quién es esta chica tan preciosa que tengo delante de mí? —sonrío— ¿Qué? ¡Pero si es mi nieta! —se abalanza sobre mí y me atrapa en uno de sus abrazos de oso. Cuando por fin me deja respirar y sin falta, me recuerda lo alta que estoy, me asomo al salón para saludar a mi abuelo que está muy concentrado leyendo el periódico y subo al cuarto de invitados que me corresponde, que es al que tiene vistas directamente a la calle.
            Me dedico a guardar toda la ropa en el armario, dejando mis cosas en el baño e intentando acomodarme en la que será mi habitación durante casi tres meses. Cuando mi madre ha entrado para decirme que íbamos a cenar, le he dicho que no tenía hambre y me dolía el estómago, cosa que era mentira, pero no tenía ganas de reunirme ya con la familia. No quiero que mis abuelos me vean con esta cara, no sería justo. Intentaré practicar una sonrisa. Después de media hora, todo está perfectamente como a mí me gusta, por tanto echo las cortinas y me tumbo en la cama con un libro. Comienzo a leer, pero cuando llevo unas veinte páginas, los párpados parecen tan pesados que poco a poco voy cerrando cada vez más y más los ojos, hasta quedarme dormida con el libro encima.

           
            Me despierto con el ruido de la puerta abriéndose. Mi madre ha entrado pidiéndome que me levante ya y vacilo unos segundos antes de incorporarme y bostezar. Al menos he dormido bien. Sin sueños, ni pesadillas ni nada por el estilo. Cuando voy al baño para asearme me encuentro con que está ocupado. Y como allí están todas mis cosas, debo esperar. Será por baños, pienso. Vuelvo a mi habitación para sustituir mi pijama por unos pantalones vaqueros cortos y una camisa ancha blanca. Cojo un collar que suelo utilizar mucho, uno que me regaló mi madre por mi cumpleaños y me pongo unas zapatillas negras. Cuando escucho la puerta del baño abrirse, entro corriendo para evitar que nadie se me cuele.
            Después de asearme bajo las escaleras hasta la cocina, donde me encuentro a mi padre y a mi abuela desayunando tortitas. Cuando busco el plato con la típica montaña de tortitas que tiende a hacer mi abuela no la encuentro.
            —Ay cariño, pensábamos que con la angustia no querrías —dice mi abuela notando la decepción en mi mirada.
            —No pasa nada —miento, claro que pasa algo, me muero de hambre—, de todos modos ya no me duele, creo que me iré a dar una vuelta y a tomar algo. Necesito ver un poco esto, que ya casi se me ha olvidado.
            Mi abuela asiente con una sonrisa y cuando mi padre me da dinero, salgo por la puerta móvil en mano.
            Menos mal que la casa está en el centro y está todo a mi alcance. Sydney es increíble, y desearía venir más, aunque los recuerdos estropeen mi punto de vista. Caminar por estas calles llenas de gente, personas en todas partes, riendo, hablando… Me gusta estar rodeada de gente, la verdad, me gustan los espacios grandes, es más fácil perderse.
            De pronto mi móvil comienza a vibrar, es mi teléfono, será Emily, se me olvidó llamarla anoche cuando llegué, me va a matar. A duras penas consigo sacar el móvil, y cuando leo el nombre que aparece en la pantalla, mi sonrisa desaparece.


            No es Emily.

domingo, 6 de octubre de 2013

CAPÍTULO 2 "Twitter".


            —Una más y listo —digo en un susurro mientras saco del cajón una de mis camisetas. Cuando hago las maletas siempre dudo en qué llevarme o no y al final acabo llevándomelo todo.
            Dejo con cuidado la camiseta sobre la enorme pila de ropa que sobresale por la maleta. Ya me he encargado de meter en una bolsa todas mis cremas, mascarillas y acondicionadores para poder sentirme como en casa. No puedo ir tranquila a ninguna parte si no es con mi crema hidratante natural de miel, para mí es como un pecado, tengo la piel muy seca y lo odio, por eso cada dos por tres acabo echándome crema por todas partes, es una manía que tengo.
            Termino de meter toda la ropa que la maleta es capaz de almacenar y con una enorme dificultad, intento cerrar la cremallera. Resulta imposible, puesto que mangas de camisetas, zapatos y demás sobresalen por los bordes, impidiéndome cerrarla. Aunque de pronto se me viene una idea a la cabeza. Arrastro con todas mis fuerzas la maleta desde la cama hasta al suelo, provocando un enorme impacto sobre el suelo que consigue asustarme y temer por el estado de la madera, pero no ha ocurrido nada. A continuación me siento sobre la maleta y desde ahí intento de nuevo cerrar todas y cada una de las cremalleras del enorme monstruo marrón.
            Después de forcejear y luchar de manera bastante patética contra ella, consigo cerrar todas las cremalleras,  y cuando termino me pongo en pie con gesto triunfal, jadeando a causa del esfuerzo. Me paso una mano por la frente. Incluso he sudado.
            He cedido a regañadientes ante mis padres, es inútil tanto intentar huir como resistirse, así que o les amargo las vacaciones tanto a mis padres como a mí, o solamente a mí. Y sinceramente, prefiero lo último, porque ellos no tienen la culpa de que yo conociera a la persona equivocada en el lugar equivocado. Esta mañana mientras desayunaba a solas con mi padre, cuando mi madre había salido a hacer unos recados, nos hemos sentado en el sofá cada uno con un plato de tortitas cubiertas de chocolate. Al principio estábamos cada uno pendientes de sus tortitas escuchando de fondo la tele, pero cuando él acabó, apagó la televisión y me lanzó una mirada típica de él, pidiéndome sin palabras que comenzara a hablar.
            —¿Qué hay de raro en que no quiera ir? —pregunté ya harta del tema.
            —Pues la verdad es que es bastante raro, porque siempre te entusiasma la idea de volver.
            En ese momento sentí la necesidad de contárselo todo a mi padre, hablarle de Jared, de lo que me hizo y de lo mal que lo pasé, pero tan rápido como lo pensé, lo descarté. No me gusta parecer débil, ser la víctima, que la gente se compadezca de mí, lo odio. Un “Lo siento por ti” me molesta más que un insulto, no puedo remediarlo. Yo siempre se lo cuento todo a mi padre, es prácticamente mi mejor amigo, le hablo de mis amigas, mis amigos, del instituto, de lo que opino, de lo que me gustaría hacer… De todo. Es una de las dos únicas personas con las que puedo habar y no sentirme juzgada, pero me da mucha vergüenza hablar de mis sentimientos más profundos con él, pero sin embargo sí se lo conté a mi mejor amiga Emily, a la cual conozco prácticamente desde que nos cambiaban los pañales. Nuestras madres son amigas y compañeras de trabajo y de pequeñas pasábamos todo el día juntas, casi igual que ahora. Ella es la otra persona con la siento la suficiente confianza como para hablarle de ese tema. Sé que nunca irá cotilleando por ahí con nadie sobre nada de lo que le cuente, y por eso ella es tan importante para mí.
            Respecto a lo de contarle o no a mi padre lo que realmente ocurría, estuve a punto de hacerlo, pero en el último momento me eché atrás. Es un tema que no creo que él sepa manejar, porque sigue creyendo que soy su niña pequeña y quizás hablar de chicos con él le resulte un tanto incómodo. No quería ponerle en esa situación si podía evitarlo.
            —Las cosas cambian —dije concluyendo la conversación. Me puse en pies sin darle la oportunidad de decir nada más, dejé el plato sobre la mesa y subí a mi habitación donde me encerré hasta la hora de comer.
            No me siento muy orgullosa de mi comportamiento, pero es difícil ocultar lo que realmente sientes, siempre he sido una chica muy expresiva, todo el mundo sabe cuándo estoy mal con tan solo mirarme a la cara. Es una desventaja para absolutamente todo, porque de ese modo jamás puedo fingir.
            Pongo la maleta en pie y la arrastro hasta detrás de la puerta, donde no moleste tanto. Cierro las puertas de mi armario casi vacío y me siento en la silla del escritorio justo enfrente del ordenador portátil que me regalaron por mi cumpleaños. Me meto en Twitter, Tumblr, Facebook y en todas partes, intentando matar el tiempo y hacer que la espera sea más llevadera. Después de media hora el timbre de la puerta suena, tenemos visita. Seguramente sea la abuela Abby que vendrá a despedirse de nosotros. No tengo ganas de ver a nadie pero es mi abuela y no puedo hacerle ese feo. Por tanto apago el ordenador, salgo de mi habitación y comienzo a bajar las escaleras practicando una sonrisa de falso entusiasmo.
            Cuando llego al primer piso soy consciente de que no se trata de la abuela Abby, ni mucho menos, es Emily quien se encuentra de pie justo enfrente de la puerta abierta charlando con mi madre. En cuanto me ven bajar paran de hablar.
            —Bueno voy a terminar de preparar las cosas —dice poniendo una mano en el hombro de Emily—. Os dejo solas, chicas.
            Mi madre sube las escaleras y hasta que dejamos de escuchar el taconeo ninguna de las dos pronuncia una palabra.
            —¿Pensabas irte sin despedirte de mí? —dice cruzándose de brazos, realmente ofendida.
            —¡No! —le dije prácticamente en un grito. En realidad por poco lo hago, me había olvidado completamente de ella, de que en menos de una hora saldríamos de Wisemans Ferry, pensarlo hacía que se me revolviera el estómago— Bueno, solo un poco, ¡pero lo siento! —digo de inmediato al ver la mueca que pone— Estoy de los nervios, me están saliendo las cosas de culo.
            Antes de que comience a hablar, coloco mi dedo índice sobre sus labios para impedir que hable más de lo que tenga que hablar, ya que justo en ese momento, la puerta de la entrada vuelve a abrirse para dejar paso a mi padre, que apenas puede ver por dónde camina cargado con cuatro enormes bolsas de la compra. De pronto mi madre se asoma desde el segundo piso y le mira extrañado.
            —¿Qué es todo eso? —pregunta extrañada.
            —Tu madre me ha pedido que de paso que íbamos le hiciera un par de recados —contesta mi padre llevando como puede las bolsas hasta la cocina.
            —¿Y por qué no lo has comprado todo cuando estuviéramos allí?
            —Ni hablar, allí las cosas son carísimas, ¡una barra de pan me cuesta un ojo de la cara, Marian! —dice arrugando el cejo.
            Emily y yo subimos hasta mi cuarto para dejarles hablar en paz sobre la calidad de vida en Sydney a mis padres. Ni se habrán dado cuenta, pero es bastante difícil hablar cuando una batalla campal se disputa en el comedor, por tanto nos encerramos en mi pequeña habitación de paredes rojas y cierro la blanca puerta cuando Emily pasa detrás de mí.
            —Menos mal que Sydney está cerca —digo para mí misma.
            Ambas nos sentamos en la cama que preside la habitación. Ahora que me paro a pensarlo mi habitación es prácticamente donde siempre estoy, casi nunca paso las tardes en el comedor o en el despacho, siempre aquí, con el ordenador, un libro o simplemente escuchando música. Es mi pequeño escondite, donde lo tengo todo a mano. Estoy tan profundamente metida entre mis pensamientos que cuando vuelvo en mí veo a Emily chasqueando los dedos justo delante de mí, intentando captar mi atención.
            —¿Y a ti qué te pasa? Estás más rara de lo normal —dice echándose el pelo negro hacia atrás.
            —Lo siento.
            —Veo que no ha funcionado el plan que establecimos —asiento con la cabeza sin mirarle a los ojos, estoy demasiado concentrada en uno de mis zapatos que hay tirado por el suelo—, pero Lea, Sydney es genial, no pienses solo en que él va a estar allí.
            No solo pienso en eso, también pienso en la vergüenza que me entra al pensar en todo lo que le conté, confesé y confié tan solo porque me hacía sentir especial. Pero qué tonta fui. No quiero volver a aquel lugar plagado de recuerdos, sería como un camino hacia mi muerte.
            —Bueno, tienes razón, tampoco tiene que saber que vuelvo este verano —digo intentando convencerme a mí misma de que ese hecho me consuela.
            Cuando giro la cabeza para mirar a mi mejor amiga, veo que se está mordiendo el labio inferior, y eso es mala señal, muy mala señala. Eso significa que algo ocurre, y no nada bueno para ser exactos. De pronto me mira extrañada, confusa…
            —Lea.
            —¿Qué ocurre? —pregunto asustándome más a medida que pasan los segundos.
            —No te has metido en tus interacciones de Twitter, ¿no?
            —No —contesto—. ¿Me vas a contar qué está pasando?
            Emily coge mi móvil que se encuentra encima del escritorio y cuando lo tiene entre sus manos me acerco más a ella para poder ver mejor la pantalla. Lo desbloquea y se mete en la aplicación de Twitter, pulsa el botón de la arroba y pasa el dedo de forma vertical para refrescar. Mientras carga el corazón me late a mil.
            —Iba a contestarte un tweet que pusiste y vi que alguien más te había mencionado, entonces cuando lo leí… —hace una pequeña pausa—Vine derechita hasta aquí.
            Por fin la página termina de cargarse dejando lugar a nuevas interacciones. La de más abajo es un favorito marcado por Frank, el de arriba un nuevo seguidor, y el de arriba un retweet y una mención de la misma persona. Cuando miro la foto no reconozco de quién se trata, pero cuando leo el nombre, se me para el corazón de golpe. Era Jared. No recordaba que me seguía en Twitter después de todo lo sucedido. Me había retweetado el tweet sobre que esta tarde volvía a Sydney, y su comentario era: “Qué bien que vuelvas, espero poder verte, te he echado mucho de menos, enana :)”
            —Pensaba que lo habías visto… —dice Emily acariciándome el brazo.

            No, no lo había visto, y estaba completamente en shock. ¿Cómo se puede ser tan insensible como para después de romperme el corazón, actuar como si nada hubiera ocurrido? ¿Acaso no recuerda lo que pasó? ¿Es esto una broma? Me duele la cabeza y el estómago, siento unas ganas terribles de vomitar. ¿Quién me manda a poner ese tweet? ¿Quién? Espero que las vacaciones acaben cuanto antes.

martes, 1 de octubre de 2013

CAPÍTULO 1 "Sydney".


            —¿Qué parte de “No quiero volver a Sydney nunca más” no has entendido? —pregunto con los nervios en flor de piel a la mujer que se encuentra de brazos cruzados justo enfrente de mí, roja de la rabia—. Que no es tan complicado.
            No suelo ser tan impertinente con mi madre ni con nadie, es más, suelo callarme mi opinión para evitar involucrarme en cualquier lío, pero hoy, algo dentro de mí, se ha desatado sin tan siquiera pedir permiso.
            —¿Pero qué mosca te ha picado? Si todos los años nos suplicabas a tu padre y a mí ir cuanto antes. Allí están tus abuelos, tíos, primos, amigos a los que no puedes ver nunca… —dice desesperadamente, intentando quitarse cuanto antes de encima esta discusión.
            —Para algo está Internet —le contesto con una sonrisa maliciosa.
            Mi madre se desploma en uno de los dos cómodos sillones rojos que se sitúan a cada lado del ancho sofá marrón con un suspiro, rindiéndose. Cuando mi madre hace ese gesto, generalmente acompañado de un movimiento de cejas bastante peculiar, significa que no puedo seguir por el mismo camino, por tanto retrocedo mentalmente hasta llegar al principio de la conversación y me siento en el borde del sofá lo más cerca posible de ella.
            —Lo siento, pero es que… no quiero ir y punto, este verano no me hace ilusión, solamente te pido que me dejes quedarme en casa mientras vosotros estéis allí. Ya soy mayor, tengo diecisiete años, sé prepararme la comida, soy autosuficiente —mi discurso parece comenzar a surtir efecto, pero nunca es demasiado, por tanto, prosigo—. La abuela Abby puede pasarse siempre que quiera para echarme un vistazo, seré obediente, te lo prometo. Además, no me gusta pasar todo el verano lejos de mis amigas.
            Mi madre me mira dudosa, planteándose la posibilidad, y es más que suficiente, solamente necesito que sea consciente de que soy lo bastante madura como para hacerme cargo de mí misma. Entreabre los labios pero de pronto los vuelve a cerrar. Repite este gesto un par de veces más, mira a su alrededor y por fin, me mira decidida a hablar.
            —Lea, se acabó, te vienes a Sydney y aquí acaba la conversación. Lo siento, cariño pero no puedo dejarte aquí sola casi tres meses, no podría dormir por las noches —concluye poniéndose en pie, machacando mi delicado corazón a cada paso que da en dirección a la cocina, acabando con mis esperanzas de poder librarme de aquel viaje. Antes de desaparecer tras la puerta, se asoma por esta y me mira con una sonrisa—. Ah, y no te preocupes por lo de tus amigas, para algo está Internet, ¿no?
            Cuando termina la pregunta desaparece de nuevo. Viendo que la discusión ha llegado a su fin camino dando pisotones hasta el piso de arriba, que es donde se encuentra mi habitación. Cierro la puerta detrás de mí con la fuerza suficiente como para que mi madre sea consciente de mi enfado. Aprieto los puños hasta el punto de clavarme mis propias uñas en las palmas de las manos, pero no me importa. Siento la necesidad de pegarle un puñetazo a algo, o alguien.
            La ira que recorre mis venas es demasiado intensa. ¿Por qué no me comprenden? ¿Por qué no pueden limitarse a decir que sí? No pido mucho, solamente quiero quedarme en casa. Unas lágrimas inoportunas comienzan a caer por mis ojos recorriendo mis mejillas hasta caer de lleno en el suelo de madera.
            En realidad no le he contado toda la verdad a mi madre, ni mucho menos. Me encanta Sidney, es un lugar genial lleno de gente, con infinidad de sitios a los que ir, donde nunca me aburro. Es cierto que cada año no puedo aguantar para volver a pisar esa ciudad maravillosa, porque siempre que voy es como la primera vez. Al estar todo un curso aguantando la presión de los deberes, exámenes, profesores y la gente estúpida con la que tienes que pasar la mañana, Sydney es como dejar todo eso atrás por unos meses y olvidarlo todo. Siempre experimento esa sensación, siempre excepto el año anterior.
            Lo que ocurrió fue que uno de mis amigos de allí, Jared, el año pasado parecía distinto. Hablaba más conmigo, pasábamos más tiempo juntos, quedábamos nosotros dos solos e incluso juraría que me miraba de una forma diferente. Chloe, una de las chicas a las que conocía, me dijo que estaba colado por mí. En un principio creí que era mentira, que era un rumor y que aquello jamás ocurriría. Ni tan siquiera me gustaba, pero desde que me contó eso, empecé a mirarle como algo más que un simple amigo, las piezas comenzaban a encajar, comprendí al fin que Chloe no mentía, que él sentía algo por mí, y yo por él, hasta que un día me pidió salir. Estuvimos saliendo un mes en secreto, solamente un par de amigos lo sabían. Nunca se lo conté a mis padres, quería mantenerlo en secreto, no quería que se estropeara. Fue uno de los meses más felices de mi vida. Fue mi primer novio, creía estar completamente enamorada, hasta que un día, justo antes de volver a Wisemans Ferry, encontré a Jared liándose con Chloe. No solo me había puesto los cuernos, sino que encima con mi mejor amiga.
            Cuando vieron que les había descubierto se quedaron en blanco, pálidos y sin saber qué hacer. Yo prácticamente estaba al borde del infarto, así que sin decir ni media palabra, me di la vuelta y volví a casa. El único mensaje que recibí de Jared fue un “No te enfades, si de todas formas te vas a ir”. La insensibilidad de aquel mensaje incluso consiguió partir más mi destrozado corazón. Fue como si alguien hubiera cogido un mazo y me hubiera dado de lleno en todo el pecho con él. Pasé el resto del día llorando, ni tan siquiera salí a comer.
            Esa es la verdadera razón por la que no quiero ir a Sidney, por la que no quiero volver a pisar las calles que recorría felizmente de la mano de Jared, viviendo una mentira. No quiero volver a encontrármelo, ni a él ni a Chloe. Prácticamente no tengo a nadie allí, después de lo ocurrido, cuando ni tan siquiera me despedí del resto, no creo que nadie me dé la bienvenida con una enorme y sincera sonrisa.
            Me tumbo en la cama boca arriba, observando el blanco techo y secándome las lágrimas con el dorso de la mano. Ojalá pudiera retroceder en el tiempo y rechazar su petición, haberme negado a salir con él. Habría sido lo mejor, pero ya es tarde. No sirve de nada arrepentirse de algo de lo que en su momento estabas completamente seguro.
            La tarde había sido demasiado larga, no tengo apetito y lo único que quiero es dormir, por tanto sustituyo los vaqueros y la camisa por mi pijama y en menos de diez minutos me quedo durmiendo. Mañana por la tarde volveré a Sydney.