domingo, 6 de octubre de 2013

CAPÍTULO 2 "Twitter".


            —Una más y listo —digo en un susurro mientras saco del cajón una de mis camisetas. Cuando hago las maletas siempre dudo en qué llevarme o no y al final acabo llevándomelo todo.
            Dejo con cuidado la camiseta sobre la enorme pila de ropa que sobresale por la maleta. Ya me he encargado de meter en una bolsa todas mis cremas, mascarillas y acondicionadores para poder sentirme como en casa. No puedo ir tranquila a ninguna parte si no es con mi crema hidratante natural de miel, para mí es como un pecado, tengo la piel muy seca y lo odio, por eso cada dos por tres acabo echándome crema por todas partes, es una manía que tengo.
            Termino de meter toda la ropa que la maleta es capaz de almacenar y con una enorme dificultad, intento cerrar la cremallera. Resulta imposible, puesto que mangas de camisetas, zapatos y demás sobresalen por los bordes, impidiéndome cerrarla. Aunque de pronto se me viene una idea a la cabeza. Arrastro con todas mis fuerzas la maleta desde la cama hasta al suelo, provocando un enorme impacto sobre el suelo que consigue asustarme y temer por el estado de la madera, pero no ha ocurrido nada. A continuación me siento sobre la maleta y desde ahí intento de nuevo cerrar todas y cada una de las cremalleras del enorme monstruo marrón.
            Después de forcejear y luchar de manera bastante patética contra ella, consigo cerrar todas las cremalleras,  y cuando termino me pongo en pie con gesto triunfal, jadeando a causa del esfuerzo. Me paso una mano por la frente. Incluso he sudado.
            He cedido a regañadientes ante mis padres, es inútil tanto intentar huir como resistirse, así que o les amargo las vacaciones tanto a mis padres como a mí, o solamente a mí. Y sinceramente, prefiero lo último, porque ellos no tienen la culpa de que yo conociera a la persona equivocada en el lugar equivocado. Esta mañana mientras desayunaba a solas con mi padre, cuando mi madre había salido a hacer unos recados, nos hemos sentado en el sofá cada uno con un plato de tortitas cubiertas de chocolate. Al principio estábamos cada uno pendientes de sus tortitas escuchando de fondo la tele, pero cuando él acabó, apagó la televisión y me lanzó una mirada típica de él, pidiéndome sin palabras que comenzara a hablar.
            —¿Qué hay de raro en que no quiera ir? —pregunté ya harta del tema.
            —Pues la verdad es que es bastante raro, porque siempre te entusiasma la idea de volver.
            En ese momento sentí la necesidad de contárselo todo a mi padre, hablarle de Jared, de lo que me hizo y de lo mal que lo pasé, pero tan rápido como lo pensé, lo descarté. No me gusta parecer débil, ser la víctima, que la gente se compadezca de mí, lo odio. Un “Lo siento por ti” me molesta más que un insulto, no puedo remediarlo. Yo siempre se lo cuento todo a mi padre, es prácticamente mi mejor amigo, le hablo de mis amigas, mis amigos, del instituto, de lo que opino, de lo que me gustaría hacer… De todo. Es una de las dos únicas personas con las que puedo habar y no sentirme juzgada, pero me da mucha vergüenza hablar de mis sentimientos más profundos con él, pero sin embargo sí se lo conté a mi mejor amiga Emily, a la cual conozco prácticamente desde que nos cambiaban los pañales. Nuestras madres son amigas y compañeras de trabajo y de pequeñas pasábamos todo el día juntas, casi igual que ahora. Ella es la otra persona con la siento la suficiente confianza como para hablarle de ese tema. Sé que nunca irá cotilleando por ahí con nadie sobre nada de lo que le cuente, y por eso ella es tan importante para mí.
            Respecto a lo de contarle o no a mi padre lo que realmente ocurría, estuve a punto de hacerlo, pero en el último momento me eché atrás. Es un tema que no creo que él sepa manejar, porque sigue creyendo que soy su niña pequeña y quizás hablar de chicos con él le resulte un tanto incómodo. No quería ponerle en esa situación si podía evitarlo.
            —Las cosas cambian —dije concluyendo la conversación. Me puse en pies sin darle la oportunidad de decir nada más, dejé el plato sobre la mesa y subí a mi habitación donde me encerré hasta la hora de comer.
            No me siento muy orgullosa de mi comportamiento, pero es difícil ocultar lo que realmente sientes, siempre he sido una chica muy expresiva, todo el mundo sabe cuándo estoy mal con tan solo mirarme a la cara. Es una desventaja para absolutamente todo, porque de ese modo jamás puedo fingir.
            Pongo la maleta en pie y la arrastro hasta detrás de la puerta, donde no moleste tanto. Cierro las puertas de mi armario casi vacío y me siento en la silla del escritorio justo enfrente del ordenador portátil que me regalaron por mi cumpleaños. Me meto en Twitter, Tumblr, Facebook y en todas partes, intentando matar el tiempo y hacer que la espera sea más llevadera. Después de media hora el timbre de la puerta suena, tenemos visita. Seguramente sea la abuela Abby que vendrá a despedirse de nosotros. No tengo ganas de ver a nadie pero es mi abuela y no puedo hacerle ese feo. Por tanto apago el ordenador, salgo de mi habitación y comienzo a bajar las escaleras practicando una sonrisa de falso entusiasmo.
            Cuando llego al primer piso soy consciente de que no se trata de la abuela Abby, ni mucho menos, es Emily quien se encuentra de pie justo enfrente de la puerta abierta charlando con mi madre. En cuanto me ven bajar paran de hablar.
            —Bueno voy a terminar de preparar las cosas —dice poniendo una mano en el hombro de Emily—. Os dejo solas, chicas.
            Mi madre sube las escaleras y hasta que dejamos de escuchar el taconeo ninguna de las dos pronuncia una palabra.
            —¿Pensabas irte sin despedirte de mí? —dice cruzándose de brazos, realmente ofendida.
            —¡No! —le dije prácticamente en un grito. En realidad por poco lo hago, me había olvidado completamente de ella, de que en menos de una hora saldríamos de Wisemans Ferry, pensarlo hacía que se me revolviera el estómago— Bueno, solo un poco, ¡pero lo siento! —digo de inmediato al ver la mueca que pone— Estoy de los nervios, me están saliendo las cosas de culo.
            Antes de que comience a hablar, coloco mi dedo índice sobre sus labios para impedir que hable más de lo que tenga que hablar, ya que justo en ese momento, la puerta de la entrada vuelve a abrirse para dejar paso a mi padre, que apenas puede ver por dónde camina cargado con cuatro enormes bolsas de la compra. De pronto mi madre se asoma desde el segundo piso y le mira extrañado.
            —¿Qué es todo eso? —pregunta extrañada.
            —Tu madre me ha pedido que de paso que íbamos le hiciera un par de recados —contesta mi padre llevando como puede las bolsas hasta la cocina.
            —¿Y por qué no lo has comprado todo cuando estuviéramos allí?
            —Ni hablar, allí las cosas son carísimas, ¡una barra de pan me cuesta un ojo de la cara, Marian! —dice arrugando el cejo.
            Emily y yo subimos hasta mi cuarto para dejarles hablar en paz sobre la calidad de vida en Sydney a mis padres. Ni se habrán dado cuenta, pero es bastante difícil hablar cuando una batalla campal se disputa en el comedor, por tanto nos encerramos en mi pequeña habitación de paredes rojas y cierro la blanca puerta cuando Emily pasa detrás de mí.
            —Menos mal que Sydney está cerca —digo para mí misma.
            Ambas nos sentamos en la cama que preside la habitación. Ahora que me paro a pensarlo mi habitación es prácticamente donde siempre estoy, casi nunca paso las tardes en el comedor o en el despacho, siempre aquí, con el ordenador, un libro o simplemente escuchando música. Es mi pequeño escondite, donde lo tengo todo a mano. Estoy tan profundamente metida entre mis pensamientos que cuando vuelvo en mí veo a Emily chasqueando los dedos justo delante de mí, intentando captar mi atención.
            —¿Y a ti qué te pasa? Estás más rara de lo normal —dice echándose el pelo negro hacia atrás.
            —Lo siento.
            —Veo que no ha funcionado el plan que establecimos —asiento con la cabeza sin mirarle a los ojos, estoy demasiado concentrada en uno de mis zapatos que hay tirado por el suelo—, pero Lea, Sydney es genial, no pienses solo en que él va a estar allí.
            No solo pienso en eso, también pienso en la vergüenza que me entra al pensar en todo lo que le conté, confesé y confié tan solo porque me hacía sentir especial. Pero qué tonta fui. No quiero volver a aquel lugar plagado de recuerdos, sería como un camino hacia mi muerte.
            —Bueno, tienes razón, tampoco tiene que saber que vuelvo este verano —digo intentando convencerme a mí misma de que ese hecho me consuela.
            Cuando giro la cabeza para mirar a mi mejor amiga, veo que se está mordiendo el labio inferior, y eso es mala señal, muy mala señala. Eso significa que algo ocurre, y no nada bueno para ser exactos. De pronto me mira extrañada, confusa…
            —Lea.
            —¿Qué ocurre? —pregunto asustándome más a medida que pasan los segundos.
            —No te has metido en tus interacciones de Twitter, ¿no?
            —No —contesto—. ¿Me vas a contar qué está pasando?
            Emily coge mi móvil que se encuentra encima del escritorio y cuando lo tiene entre sus manos me acerco más a ella para poder ver mejor la pantalla. Lo desbloquea y se mete en la aplicación de Twitter, pulsa el botón de la arroba y pasa el dedo de forma vertical para refrescar. Mientras carga el corazón me late a mil.
            —Iba a contestarte un tweet que pusiste y vi que alguien más te había mencionado, entonces cuando lo leí… —hace una pequeña pausa—Vine derechita hasta aquí.
            Por fin la página termina de cargarse dejando lugar a nuevas interacciones. La de más abajo es un favorito marcado por Frank, el de arriba un nuevo seguidor, y el de arriba un retweet y una mención de la misma persona. Cuando miro la foto no reconozco de quién se trata, pero cuando leo el nombre, se me para el corazón de golpe. Era Jared. No recordaba que me seguía en Twitter después de todo lo sucedido. Me había retweetado el tweet sobre que esta tarde volvía a Sydney, y su comentario era: “Qué bien que vuelvas, espero poder verte, te he echado mucho de menos, enana :)”
            —Pensaba que lo habías visto… —dice Emily acariciándome el brazo.

            No, no lo había visto, y estaba completamente en shock. ¿Cómo se puede ser tan insensible como para después de romperme el corazón, actuar como si nada hubiera ocurrido? ¿Acaso no recuerda lo que pasó? ¿Es esto una broma? Me duele la cabeza y el estómago, siento unas ganas terribles de vomitar. ¿Quién me manda a poner ese tweet? ¿Quién? Espero que las vacaciones acaben cuanto antes.

4 comentarios:

  1. Me encanta como escribes y tu historia. Ojala yo con un pocito de tu talento gaduwhbssudhja. Siguela!

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