—Jamás pienso hacerte
daño, te quiero— dice mirándome a los ojos, sin miedo en su expresión,
apretando la mandíbula totalmente convencido de sus palabras, convenciéndome a
mí de este modo.
—Yo… yo también te quiero —contesto creyendo estar
segura.
Antes de inclinarse para posar sus labios sobre los míos,
entreabre los labios dejando asomar una pequeña sonrisa traviesa. Jared da un
paso atrás, y la sonrisa va cambiando poco a poco hasta transmitir una cierta
malicia. Poco a poco comienza a reírse, y a alejarse cada vez más de mí, hasta
que prácticamente no puedo verle, ya que una blanca niebla parece tragárselo,
pero sigo escuchando su risa tenebrosa, asustándome más a cada segundo. Miro a
mi alrededor y no veo salida, es un callejón oscuro, o voy a la niebla o me
quedo aquí. La risa cada vez retumba más en mi cabeza, hasta que llega un
momento que reina el silencio. Pero entonces escucho su voz en mi cabeza. “Despierta, ingenua, has caído como todas…
Despierta, despierta…”.
—¡Despierta! Lea, o te mueves o te dejamos toda la noche
aquí —dice mi madre muy cerca de mí, zarandeándome por el brazo. Abro los ojos
poco a poco hasta que caigo en la cuenta de que todo ha sido un sueño. Me
incorporo mientras me froto los ojos y cuando salgo del coche a duras penas,
agarro mis maletas y las arrastro. Persigo a mis padres, ya que no recuerdo
dónde estamos y pienso en el sueño.
Al principio, todo
era muy real, me digo a mí misma. Hay clases y clases de sueños. Sueños bonitos,
pesadillas, sueños surrealistas, sueños vacíos y sueños hiperrealistas, que
pueden llegar a dar más miedo que las pesadillas. Todo parece tan real, hasta
creía que las puntas de mis dedos tocaban sus mejillas e incluso creía oler el
agresivo aroma de su perfume, pero era todo una farsa. Como también lo fue
cuando ocurrió realmente. Es una especie de recuerdo, fue prácticamente lo que
ocurrió.
Una tarde vino a por mí para dar un paseo, y cuando llegamos
a un callejón me dijo aquello, y yo sentí que debía decirle lo mismo, por tanto
lo hice. No estaba segura de que hubiera sido la decisión más acertada, pero en
ese momento era feliz. Era absurdo, llevábamos juntos dos semanas y ya dijo que
me quería. Le quitó toda la importancia a una frase con un eterno significado.
Y yo también lo hice. Creo que fue de las cosas de las que más me arrepentí.
Siempre he sido de esa gente que no comprende por qué las parejas se dicen todas
esas cosas tan solo estando dos días juntos. Fue demasiado hipócrita por mi
parte, y no tengo ni idea de cómo fui capaz. Me consuela pensar que fue la
presión del momento.
—Los abuelos están deseando verte —dice mi padre girando
la cabeza.
Asiento sin decirle nada más, ya que estoy demasiado
cansada como para hablar, y cuando miro a mi alrededor, reconozco las casas, la
calle. Lo reconozco todo, sé que en la siguiente manzana giraremos a la izquierda
y llegaremos a casa de mis abuelos.
Después de un par de minutos caminando, tengo toda la
razón y por fin llegamos a la preciosa casa de mis abuelos. Compraron un solar
cuando se casaron y como mi abuelo era arquitecto se encargó el mismo de
diseñar toda la casa, creando así un hogar para toda la familia. En Navidad
siempre nos reunimos aquí, ya que es el único lugar donde toda la familia cabe.
Es una construcción de tres plantas; en la primera está la cocina, el salón, un
cuarto de baño, la habitación de mis abuelos y algunas salas irrelevantes. En
el segundo piso está la antigua habitación de mi padre, reformada para que él y
mi madre pueden alojarse cuando estén de visita. Al lado está el cuarto de mi
tío Will y justo enfrente hay tres habitaciones de invitados y tres baños. El
último piso se utiliza como almacén, y no solemos subir ya que está lleno de
trastos inútiles y polvo.
Cuando llegamos al portal y mi padre toca el timbre, no
pasan ni dos segundos cuando mi abuela sale con una enorme sonrisa a
recibirnos.
—¡Ay, mi niño, cuánto lo he echado de menos! —dice dándole
un achuchón a mi padre —¡y mi nuera, pero qué guapa que está!— grita dándole un
beso en la mejilla.
Mi padre y mi madre entran con las maletas al recibidor y
cuando mi abuela les dice que las sábanas ya están puestas y que cenaremos en
diez minutos, vuelve la mirada hacia mí y puedo ver la alegría en su rostro.
—¿Y quién es esta chica tan preciosa que tengo delante de
mí? —sonrío— ¿Qué? ¡Pero si es mi nieta! —se abalanza sobre mí y me atrapa en
uno de sus abrazos de oso. Cuando por fin me deja respirar y sin falta, me
recuerda lo alta que estoy, me asomo al salón para saludar a mi abuelo que está
muy concentrado leyendo el periódico y subo al cuarto de invitados que me
corresponde, que es al que tiene vistas directamente a la calle.
Me dedico a guardar toda la ropa en el armario, dejando
mis cosas en el baño e intentando acomodarme en la que será mi habitación
durante casi tres meses. Cuando mi madre ha entrado para decirme que íbamos a
cenar, le he dicho que no tenía hambre y me dolía el estómago, cosa que era
mentira, pero no tenía ganas de reunirme ya con la familia. No quiero que mis
abuelos me vean con esta cara, no sería justo. Intentaré practicar una sonrisa.
Después de media hora, todo está perfectamente como a mí me gusta, por tanto
echo las cortinas y me tumbo en la cama con un libro. Comienzo a leer, pero
cuando llevo unas veinte páginas, los párpados parecen tan pesados que poco a
poco voy cerrando cada vez más y más los ojos, hasta quedarme dormida con el
libro encima.
Me despierto con el ruido de la puerta abriéndose. Mi
madre ha entrado pidiéndome que me levante ya y vacilo unos segundos antes de
incorporarme y bostezar. Al menos he dormido bien. Sin sueños, ni pesadillas ni
nada por el estilo. Cuando voy al baño para asearme me encuentro con que está
ocupado. Y como allí están todas mis cosas, debo esperar. Será por baños, pienso. Vuelvo a mi habitación para sustituir mi
pijama por unos pantalones vaqueros cortos y una camisa ancha blanca. Cojo un
collar que suelo utilizar mucho, uno que me regaló mi madre por mi cumpleaños y
me pongo unas zapatillas negras. Cuando escucho la puerta del baño abrirse,
entro corriendo para evitar que nadie se me cuele.
Después de asearme bajo las escaleras hasta la cocina,
donde me encuentro a mi padre y a mi abuela desayunando tortitas. Cuando busco
el plato con la típica montaña de tortitas que tiende a hacer mi abuela no la
encuentro.
—Ay cariño, pensábamos que con la angustia no querrías
—dice mi abuela notando la decepción en mi mirada.
—No pasa nada —miento, claro que pasa algo, me muero de
hambre—, de todos modos ya no me duele, creo que me iré a dar una vuelta y a
tomar algo. Necesito ver un poco esto, que ya casi se me ha olvidado.
Mi abuela asiente con una sonrisa y cuando mi padre me da
dinero, salgo por la puerta móvil en mano.
Menos mal que la casa está en el centro y está todo a mi
alcance. Sydney es increíble, y desearía venir más, aunque los recuerdos
estropeen mi punto de vista. Caminar por estas calles llenas de gente, personas
en todas partes, riendo, hablando… Me gusta estar rodeada de gente, la verdad,
me gustan los espacios grandes, es más fácil perderse.
De pronto mi móvil comienza a vibrar, es mi teléfono,
será Emily, se me olvidó llamarla anoche cuando llegué, me va a matar. A duras
penas consigo sacar el móvil, y cuando leo el nombre que aparece en la
pantalla, mi sonrisa desaparece.
No es Emily.
¿ES JARED? SIGUIENTEEE. Bueno, me ha gustado el sueño/pesadilla y a ver si en el siguiente se encuentra con Jared o algo.
ResponderEliminarOmg, ya se verá jajajajaja.
EliminarEste comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminar